martes, 29 de junio de 2010

El vestido de novia

No era algo que pasara cada día. De hecho, sucedía esporádicamente y, quizás por eso, la espera hasta que surgiera una nueva oportunidad se tornaba eterna e impacientemente deliciosa…
Lo tenía guardado en el rincón más oculto del armario, el menos accesible a miradas y manos curiosas como las mías. Allí donde se guardan los pequeños secretos que, casi siempre, suelen formar parte de grandes recuerdos. Cuidadosamente envuelto, delicadamente protegido por sábanas y toallas, cual cálidos centinelas, guardaba mi madre su vestido de novia.
No recuerdo exactamente como ni cuando fue, pues vivía yo una época de mi vida de grandes y contínuos descubrimientos pero, evidentemente, dí con él y tal hallazgo fue uno de los más maravillosos que recuerdo. Tampoco consigo acordarme de la primera vez que me lo puse, pero sí tengo bien grabados en mi memoria muchos de los momentos mágicos y de ensueño que me proporcionó.

Era de raso, de un blanco radiante y con un ligero brillo que, a mis ojos, lo hacía casi irreal. Recreándome en su suavidad, deslizaba mis dedos por él acariciándolo con el mismo cuidado y admiración que quien acaricia una joya.
Y como tal lucía en el bonito cuerpo de mi madre que, resplandeciente, sonreía feliz del brazo de mi padre el día en que se casaron. Las fotografías de la boda, que nunca me cansaba de mirar, daban fe de ello.
Realmente, parecía una diosa.
Y yo, escuchimizada mortal, llegaba del colegio y me encontraba en ese delicioso espacio de tiempo en que, sin obligaciones escolares ni domésticas, estaba solo a merced de mi fantasía, la cual me lanzaba a aventuras entre sábanas tendidas al sol, a galopar frenéticamente sobre un patinete como salvaje amazona o a ser una encantadora princesa de cuento de hadas.
Cuando mi imaginación se decantaba por lo último, sabía perfectamente hacia donde encaminar mis pasos para dar forma a mis ensoñaciones.
A la habitación de mis padres.

Allí, el ritual era siempre el mismo. Me dirigía al armario que albergaba el preciado objeto de mis deseos y, con toda la delicadeza de que yo era capaz, tanteaba con mis manos en su interior hasta dar con el vestido. Acto seguido, lo depositaba sobre la cama de mis padres como si de una obra de arte se tratara y, sin poder apartar mis ojos de él, me despojaba apresuradamente de mi monótona ropa escolar para, con un cuidado extremo, introducirme en aquella maravilla de vestido. Finalmente, abría una de las puertas del armario, cuya parte interior tenía un espejo de cuerpo entero, y era entonces cuando se levantaba el telón y la magia entraba en escena…
Poco importaba que me lo pisara, poco importaba que me sobraran centímetros de tela por todos los lados. Era evidente que ese vestido solo podía lucir con todo su esplendor en el cuerpo de mi madre pero, aún así, mi imaginación, piadosa y benevolente conmigo misma, se encargaba de rellenar todos los huecos vacíos, que no eran pocos.

Un rayo de sol se colaba en la habitación a través de la ventana y, como una varita mágica, se posaba sobre el vestido haciéndolo aún más deslumbrante. Mirándome en el espejo con los ojos de la fantasía, veía a la niña flacucha y desgarbada convertida ya en la más hermosa de todas las princesas.
La alcoba se transformaba, entonces, en un gran salón de baile donde yo era el centro de todas las miradas y en donde un imaginario y apuesto príncipe, rendido ante mi belleza, me rogaba bailara con él. Yo, por supuesto, accedía a su petición y, graciosamente, le tendía mi mano para iniciar el baile…
Un, dos, tres… un, dos, tres… danzaba sobre mi cuerpo al compás de un vals que solo sonaba en mi cabeza, procurando no tropezarme con la falda del vestido y abrazada a un irreal príncipe, ya totalmente prendado de mí.
Y seguía bailando…
Un, dos, tres… un, dos, tres… cada vez más vertiginosamente, contemplándome de reojo en el espejo y dando vueltas y más vueltas, hasta que la habitación giraba conmigo y debía detener mi baile, exhausta y tambaleante.

Era un breve espacio de tiempo, muy corto, duraba apenas unos escasos minutos, pero a mí me sabían a eternos porque en el mundo de mi fantasía no existía el tiempo ni, mucho menos, se medía.
Mi madre, sin embargo, sí sabía de tiempos y horarios y era su voz, llamándome a comer, la que me obligaba a regresar de nuevo a la realidad y poner fin a mis ensoñaciones. Como Cenicienta a las doce de la noche, abandonaba precipitadamente el vestido y volvía a enfundarme en mi uniforme escolar que, en ese momento, me parecía más feo que nunca. Y yo también.
Pasaban los años y, a medida que iba creciendo, mi cuerpo se iba ajustando más a las medidas del vestido. Seguía poniéndomelo, siempre que mi fantasía me lo reclamaba, aunque cada vez más esporádicamente.
El inexorable paso del tiempo, finalmente, me sumergió de lleno en el mundo adulto. Dejé atrás mi niñez y de bailar al son de imaginarios violines y con inexistentes príncipes, porque en mi vida ya empezaban a asomar otros más reales de carne y hueso...
Inevitablemente, dejé atrás el vestido y me olvidé de él.

Pasaron muchos años sin apenas recordarlo, salvo cuando ojeaba el álbum de bodas de mis padres. Al verlo, era como si una lucecita del desván de la memoria se encendiera, para volver a apagarse una vez vistas las fotos.
Hasta que un día, por casualidad, me lo encontré de nuevo en mis manos.
También en el vestido el tiempo había causado estragos pero, aún así, me seguía pareciendo tan suave, tan blanco y maravilloso como años atrás. Volví a acariciarlo con mis dedos, como solía hacer en mi niñez y, de nuevo, mi fantasía me tomó de la mano para mostrarme a esa niña soñadora y delgaducha que bailaba un vals al son de una música que solo sonaba en su cabeza, en un salón de baile imaginario y en brazos de un príncipe inexistente.
Solo el vestido y yo, supervivientes del tiempo, seguíamos siendo reales.

Mi madre sigue guardándolo en el mismo rincón del armario, con el mismo cariño y ternura que antaño. Yo lo sé, pero es muy posible que ella no se acuerde.
Nunca más he vuelto a preguntarle por él. Para mí es parte de mis fantasías de niña y, como tal, lo recuerdo con ternura. Para ella, de su vida real, en la que ya no puede sonreír, deslumbrante, del brazo de mi padre, su príncipe azul.
Y este recuerdo duele.

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jueves, 24 de junio de 2010

Triste noche de Sant Joan

Mi blog enciende una vela por las doce víctimas del trágico accidente de esta noche de Sant Joan.
Me uno al dolor que ahora mismo están viviendo tantas personas y lloro con ellas.

sábado, 19 de junio de 2010

Remedio infalible

Cuando me duele el alma,
mi corazón se resfría,
se me cansa la ilusión
o me cojea la alegría…

Tengo un remedio infalible,
ideal para estas dolencias.
Lo puedes dosificar
a tu propia conveniencia.

Sólo precisas del cielo
y desnudarte de prisas.
Aún es más efectivo
si te acaricia la brisa…

Acomódate en un lecho
de hierba fresca o de arena
y abre tu corazón
para que salga la pena.

Elige de entre las nubes
aquella que más te guste…
La de algodón más blanco,
la que a tus sueños se ajuste.

Y llega volando hacia ella
con las alas de tu mente.
Mécete en su regazo
y, desde sitio preferente,

observa el mundo y sus gentes,
encaramada en el cielo.
Mira que pequeño es todo
y que alto es tu vuelo…

Lanza al vacío problemas,
libérate de tu lastre,
que ni son tantas las penas
ni tu vida es un desastre.

Y, ligero como esa nube,
regresa de nuevo al suelo
a paladear la vida
como un dulce caramelo.

Es medicina efectiva,
y sin contraindicaciones,
especialmente indicada
contra anemia de ilusiones.

No precisa de receta,
no hay efectos secundarios
y, aunque crea adicción,
puedes tomarla a diario.
Safe Creative #1006196633014

lunes, 14 de junio de 2010

Ruptura

Será inútil
venir a recoger todas tus cosas
y pretender, con paso apresurado,
meter en bolsas pedacitos del pasado.

Porque aunque dejes vacía esta casa
jamás podrás llevarte tu esencia
que llena ya los huecos de tu ausencia.

Será absurdo
aparentar una fingida indiferencia
y, como si nada, haciéndome la dura,
querer bromear a costa de nuestra ruptura.

Intentar empaquetar risas y besos…
Lo siento, eso queda aquí conmigo.
Concede ese derecho a tu enemigo.

Será mentira
decir que seguiremos siendo amigos
y que a pesar de que todo ha terminado,
si te preciso, correrás siempre a mi lado.

Mejor será, pues, que evitemos disimulos,
palabras huecas y frases de cumplido
justificando lo que no pudo haber sido.

Será difícil
que me escondas esa lagrima furtiva
y que no tiemble mi voz en el momento
de poner punto y final con un “lo siento”.

Y vete ya…
Que tengas suerte, que la vida te sonría
y hagamos breve el momento del adiós.
Ya es tuyo y mío lo que antes fue de dos.
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viernes, 11 de junio de 2010

No me rindo

Tristeza, que me acorralas,
desánimo, que me rondas,
nostalgia, que me acechas,
pena, que te clavas honda…

Cubiertos de un manto gris
y con pasos fantasmales
danzáis a mi alrededor
como ávidos chacales.

No me asustan vuestras garras
y sé huir de vuestras fauces
porque no soy presa fácil
que se dobla como un sauce.

Nunca os dejéis engañar
por mi frágil apariencial,
que a vuestros feroces ataques
sé oponer resistencia.

Tal vez pueda flaquear
ante la fortuna incierta,
que un golpe me deje herida…
mas sabed que no estoy muerta.

Pues sigo pisando fuerte,
y solo me hacéis cosquillas,
que llevo un pirata dentro
y os pasará por la quilla.

Soy firme como una roca
y aunque a veces bese el suelo
tomo fuerzas de mí misma
y emprendo de nuevo el vuelo.

Sabed que nunca me rindo,
verdugos de la alegría,
pues ya veo salir el sol
tras vuestra estampa sombría.
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martes, 8 de junio de 2010

Sigo creyendo...

Yo sigo creyendo en la palabra,
la más potente de las armas disuasorias,
indiscutible aliada de la paz
y, entre guerras, la única victoria.

Yo sigo creyendo en el derecho
inalienable de todo ser humano
de alzarse contra el yugo opresor
de dictaduras al servicio de tiranos.

Yo sigo creyendo en el poder
de la cultura, que nos une y nos libera
de embusteros, impostores y farsantes
que hacen de la mentira su bandera.

Yo sigo creyendo en la honradez
como único armamento de defensa
contra esa legión de mercenarios
de la justicia, charlatanes sin vergüenza.

Yo sigo creyendo en la fuerza
de los ideales e incluso de utopías
y de quienes, sin manchar sus manos blancas,
los defienden con coraje y valentía.

Yo sigo creyendo en la igualdad
por encima de credos, colores y banderas,
y en la tolerancia, idioma universal,
que con su voz derriba muros y fronteras.

Yo sigo creyendo en el respeto,
camino llano hacia la convivencia,
y en un ejército de hombres y mujeres
marchando al son de paz de su conciencia.
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martes, 1 de junio de 2010

Maldito blues

Llora el saxo mientras suena esta canción,
una lágrima escondida en cada nota
y, sin aviso, se cuela en mi corazón
con su música desgarrada y rota.

Hay un viaje al pasado en su llanto,
con billete de ida sin regreso
a ese tiempo en que nos quisimos tanto
que llegamos a querernos con exceso.

Hay tristeza en el alma de este blues
que acompaña esta soledad de dos.
Ya no hay magia en esta cena a media luz
y el silencio habla a gritos de un adiós.

Y jugamos a esquivarnos la mirada
por temor a descubrir a dos extraños.
Esta noche de verano es helada
y el lamento de este saxo me hace daño.

Si parece que fue ayer cuando, abrazados,
nos vio la luna bailar esta canción.
Dime, al menos, que no lo has olvidado
ahora que, lento, se baja el telón.

En el aire, un acorde suspendido,
nota final que suena a despedida.
Maldito blues, una vez más has sido
banda sonora de un trocito de mi vida.
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