viernes, 31 de diciembre de 2010

¡Feliz 2011!


Quiero compartir con vosotros la alegría de la Nochevieja que, con sus doce campanadas, cierra un año y abre otro y que, quizás por ser vieja, es sabia para saber hacer balance de otro año más vivido.
Y creo que sólo por esto, ya es motivo suficiente para que el balance sea positivo.
Echemos la vista atrás doce meses, hagamos un ramillete con los buenos momentos que, de seguro, todos hemos tenido y coloquémoslo en sitio preferente en nuestro corazón. Es tan grande, que hay cabida para miles de bellos recuerdos y está deseoso de albergar los que todavía están por llegar.
Y los malos momentos, los que duelen al recordarlos pero que forman parte inseparable de nuestra andadura por la vida, guardémoslos en el desván de nuestra memoria, sin olvidarlos, pero lejos de nuestro alcance. Y dejemos que el tiempo haga su trabajo curativo.
Como si de una enorme caja de sorpresas se tratara, destapemos el nuevo año y dejémonos sorprender por la aventura de cada nuevo día.
Así es como deseo entrar en el año que mañana estrenamos y hoy, en el último día del que termina, permitidme también compartir con vosotros la alegría de mi aniversario, de mis recién estrenados 55 años que hoy cumplo y de los cuales, salvo algún que otro paréntesis, me siento muy orgullosa.
Desde mi casita virtual os invito a mi pastel de aniversario, amasado con mucho cariño, y alzo mi copa en un brindis a vuestra salud, por vuestros sueños y, en un día tan especial, también por mí.
Muy pronto volveré a compartir con vosotros mis pequeñas y grandes cosas y a pasearme por vuestros blogs, delicioso recorrido por sentimientos hechos palabra.
¡Os deseo un feliz 2011!
Núria

jueves, 23 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!


Vivid esta Navidad con la ilusión de un niño, y como un niño también buscad con ojos ansiosos una estrella en el cielo. Cuando la encontréis, hacedla vuestra. Cualquiera sirve.
Dejad, entonces, que vuestro corazón se suba a ella y dejaos llevar, porque os conducirá a la cuna del amor y de la paz. Tomad de este tesoro cuanto queráis porque hay para todos y para cada día del próximo año.
¡Ojalá mañana por la noche coincidamos en ese maravilloso viaje!

¡Os deseo una feliz Navidad!
Núria

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Hermoso...

Fue hermoso sentir que todavía, a los casi 55 años, una puede sentir un cosquilleo de mariposas en el estómago a la hora de decir “sí”.
Fue hermoso vivir una sencilla ceremonia como uno de los mayores acontecimientos de mi vida.
Fue hermoso sentir un frío 3 de Diciembre como una explosión de la primavera.
Fue hermoso ver a los que asistieron como hacían suya mi alegría y sentir mía la de quienes no estuvieron, pero que ocuparon un gran espacio en mi corazón.
Y ha sido hermoso haber sentido la calidez de vuestros mensajes y la ternura de vuestras palabras, que habéis envuelto con un gran lazo de cariño y que recibo como entrañable regalo de bodas.
¡A todos, muchísimas gracias y hasta muy pronto!
Núria

viernes, 26 de noviembre de 2010

Un agradable respiro...


Mis queridos amigos,

De nuevo me tomo un respiro, porque creo que la ocasión bien se lo merece…
A este mundo mío de pequeñas y grandes cosas, el próximo 3 de Diciembre le añadiré una más, grande, muy grande…
Voy a casarme con la persona que tiene la paciencia, día a día, de soportar mi malhumor matutino, mis continuas meteduras de pata… la persona que me acepta tal como soy, empeñada en escuchar solo a mi corazón y haciéndole oídos sordos a la razón y a la lógica… la persona que, aunque muchas veces no me entiende, siempre me comprende.
Alguien que, para estar conmigo, tuvo la valentía de lanzarse al vacío, sin red, y emprender la aventura de compartir su vida con esta aprendiz de todo y licenciada en nada, que vive para vivir y que nunca perdió, por el camino, a esa niña que un día fue...
Y con esa ilusión, casi infantil, quiero compartirlo con vosotros, mis amigos y seguidores, dejando de nuevo, por una temporada, mi blog en vuestras manos, que es donde mejor puede estar.
Sé que lo cuidaréis con el mismo cariño que yo os tengo y, con este cariño, brindaré por vosotros el próximo día 3.
Hasta mi vuelta, os dejo mi más cálido abrazo!

Núria

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mi reflejo

Me miro en el reflejo de tus ojos,
silente amiga, intangible y lejana,
cómplice fiel de mis risas y enojos.

Esquivo tu mirada, en la mañana,
que me observa con evidente enfado
y, en silencio, reprocha la desgana

con que dejo el etéreo mundo alado
de mis sueños, en brazos de Morfeo,
y me enfrento al mundo y sus tinglados.

Dame algo más de tiempo, cuchicheo,
que para despertar no tengo prisa
y tú tampoco, que en tus ojos lo leo.

Me acerco hacia ti, lenta e indecisa,
mientras mi boca, vaga e indolente,
con timidez te lanza una sonrisa.

Y por fin, frente a frente, sonrientes,
nos animamos a comenzar el día,
mi vieja amiga y leal confidente.

Y te lanzo un guiño en el espejo
que al instante, burlona, me devuelves
porque yo soy tú, y tú mi reflejo.
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martes, 9 de noviembre de 2010

Quimera

Esta noche te secuestro y te hago mío,
te convierto en mi rehén, dulce confite,
para a solas saborearte en mi escondite
mientras, voraz, mi hambre en tí sacio.

Con suave lazo bordado de ternura
a mi boca te ataré y con mis besos
de mi amor conseguiré hacerte preso
y robarte la razón y la cordura.

Será inútil, mi amor, pedir clemencia
o una tregua a esta batalla del deseo,
no te resistas porque en tus ojos leo
un mensaje de pasión y de impaciencia.

Deja que sean mis brazos las cadenas
que te amarren a una noche de excesos
y mis dedos, juguetones y traviesos,
los verdugos de esta ardiente condena.

De tu cuerpo comeré a dulces bocados,
beberé de tu sudor hasta embriagarme
y aún sabiendo que no llegarás a amarme
sé que a mi piel quedarás encadenado.

Esta noche soy tu amante y carcelera
en la prisión de mi loca fantasía,
de donde escapas al llegar el día
y de nuevo te conviertes en quimera.
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lunes, 1 de noviembre de 2010

Sin pies ni cabeza

Era una de esas tardes de invierno en que la lluvia poco o nada invitaba a salir de casa. Enfundada en mi chandal y mis zapatillas afelpadas, llevaba ya un buen rato con la nariz pegada al frío cristal de la ventana, viendo caer una lluvia suave y constante.
Hubiera podido pasarme horas contemplando tan relajante espectáculo, pero temiendo un repentino ataque de melancolía o un principio de congelación en la punta de la nariz, decidí apartarme de la ventana y ocuparme en algo más productivo.
Por un momento, afortunadamente breve y sin mayores consecuencias, cruzó por mi mente la idea de dedicarme a las tareas de casa, pero la deseché de inmediato porque, básicamente, no tenía ningunas ganas.
A decir verdad, me sentía como un gato encerrado.
Pero, bien pensado… ¿qué gato estaría deambulando por la calle con ese tiempo de perros?
Me sonreí con mi juego de palabras y eché de menos el no tener a nadie cerca que se riera conmigo.
Si es que le hubiera hecho gracia la bobada que se me acababa de ocurrir, claro.
Entonces caí en la cuenta de que necesitaba hablar con alguien.
Sin embargo, sola en casa, las posibilidades eran bastante limitadas porque me sentía tan perezosa que, cosa rara en mí, la pereza me alcanzaba hasta la lengua, órgano imprescindible para la comunicación verbal. También mis dedos parecían haberse declarado en huelga de celo para marcar algún número de teléfono e iniciar una charla interminable con alguna de mis amigas.

Ante semejante perspectiva, valoré otras alternativas.
Podía ponerme a hablar con el reloj de pared, pero dí por sentado que sus intervenciones se limitarían a un aburrido y reiterativo tic tac. También podía hablar conmigo misma, pero ya me lo tenía todo dicho.
Así pues, descarté de inmediato las dos opciones porque, francamente, eran una soberana tontería.
Y en esa tesitura estaba yo, con todas mis posibilidades de diálogo agotadas, cuando tuve una genial idea.
O al menos eso creí en ese momento.
¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Me puse manos a la obra, que consistía en algo tan sencillo como cambiar de ventana.
No, no me había trastocado. No pensaba en darme un paseo por todas las ventanas de la casa. Se trataba, simplemente, de pegar mi todavía helada nariz a otra ventana muy distinta, la cual me permitiría asomarme al exterior sin riesgo de mojarme y cómodamente sentada en una silla. Una ventana que, cada vez que la abría, me ofrecía siempre un paisaje nuevo y un infinito por explorar.
La ventana de Internet.
Ni corta ni perezosa, mejor dicho… perezosa sí, y mucho, conecté el ordenador, empeñada en hablar con alguien aunque fuera utilizando un teclado.
Me encaré con mis dedos, todavía en huelga de celo, y los puse a trabajar velozmente. A la misma velocidad con que me zambullía en un chat. El primero que encontré.
Me tiré de cabeza en él, con la esperanza de poder encontrar alguna persona que quizás, tan aburrida como lo estaba yo en esa tarde lluviosa, necesitara desesperadamente comunicarse con otro ser humano.

Pensé que la inclemencia del tiempo propiciaba el entablar una charla sosegada y tranquila, puede que algo profunda, sobre lo humano y lo divino o sobre la insoportable levedad del ser…
Recapacité y me dí cuenta de que esa idea era totalmente absurda porque bien podía ser que mi posible interlocutor o interlocutora vivieran al otro lado del mundo y, de ser así, posiblemente estarían disfrutando de un tórrido verano.
En cualquier caso, fuera verano o invierno, esa hipotética charla podría ser el comienzo de una gran amistad. Por una asociación de ideas, me vino a la cabeza la película “Casablanca” y me sonreí, mientras empezaba a tararear “El tiempo pasará”.
Y, efectivamente, el tiempo pasaba pero solo había conseguido tener un par de conversaciones banales, todas con personas del sexo contrario, y que en más de una ocasión me plantearon serias dudas acerca del coeficiente intelectual de mi interlocutor.
Ya con una sobredosis de sandeces en mi cerebro, llegué a la triste conclusión de que ese día no tendría lugar el comienzo de esa gran amistad. Por el contrario, lo que sí ya había comenzado en mí era tal sopor, que mi cabeza, vencida por el aburrimiento, empezaba a ladearse peligrosamente sobre el teclado, a la vez que los continuos bostezos me impedían seguir tarareando.
Decidí, pues, que ya era hora de hacerle un favor a mis posaderas y a mis neuronas, y me dispuse a cerrar esa ventana para volver a la de toda la vida.
A punto estaba de hacer el definitivo “clic” en el ratón cuando una pequeña ventana se abrió ante mí. Alguien con un impronunciable y extrañísimo seudónimo quería hablar en privado conmigo.

Dudé. Mi dedo se quedó, inmóvil, a medio camino del “clic”. La lógica me decía que esa charla no sería distinta de las anteriores pero la lógica y yo nunca hemos sido buenas amigas.
Así pues, ganándome ya por completo su enemistad, dí marcha atrás a mi dedo y contesté.
Y con la efímera ilusión de que la tarde no estaba todavía perdida, respondía a ese escueto “Hola” con el que alguien me saludaba mientras yo, de nuevo, retomaba el tarareo interrumpido.
Una vez más, mi interlocutor era un hombre, lo cual me llevó a cuestionarme si esa tarde, sin yo saberlo, habían desaparecido todas las mujeres del planeta y yo era la única superviviente sobre la faz de la tierra.
Como era de preveer, las tópicas preguntas de rigor fueron cayendo una a una, a las que por enésima vez fui respondiendo como si de una encuesta se tratara: Nombre, edad, país…
Curiosamente, éste no preguntaba por mis medidas, cosa que agradecí en mi extrañeza, ya que esa tarde tenía la sensación de haber topado con el gremio de sastres en pleno y yo, harta de la inevitable pregunta, tenía ya preparada la respuesta que le había dado al último que se había interesado por mis centímetros…
” ¿Es que quieres hacerme un traje a medida?”
Bien, por ahí íbamos bien. Al menos, había algo que lo diferenciaba de los demás. Hasta podría ser que hubiera dado con todo un caballero.
De nuevo, asociando ideas, me vino a la mente “Oficial y caballero” y, entusiasmada, me puse a tararear el tema de amor de la película, dejando de lado “Casablanca”.
Era evidente que esa tarde mi memoria estaba cinéfila.
El interrogatorio estándar estaba llegando a su fin y daba comienzo la parte que podía ser más interesante, en donde vería la trayectoria que tomaba la conversación y empezaría a hacerme una idea de cómo era aquel que estaba al otro lado del monitor.
La entrada en la parte “más interesante” no pudo ser más impactante.
Tanto, que de nuevo mi tarareo se vio interrumpido, pero esta vez no por los bostezos, sino porque me había quedado con la boca abierta.

“¿Cómo son tus pies?” me preguntaba.
Releí.
¿¿¿Había preguntado como eran mis pies????
Pues sí. Ahí estaba la pregunta esperando respuesta.
Vale. Había topado con otro gremio. Ahora era el de fabricantes de zapatos.
Si insólita me parecía la pregunta, más insólita fue mi reacción, al bajar la vista hasta el suelo buscando mis extremidades inferiores y mirándome los pies como si fuera la primera vez que los veía en mi vida.
Me sentí bastante estúpida.
“Pueees… psé… normales… uno tiene un juanete…” contesté, intentando darle un tono desenfadado a tan extraña pregunta.
Y no mentía en lo del juanete.
Pero él iba en serio.
“Eso no me importa” respondió, mientras yo intentaba descifrar qué había querido decir exactamente con ese “me”.
Y mientras yo buscaba una respuesta, sin encontrarla, él seguía.
“…muchas veces la imperfección es más bella que lo extremadamente perfecto” continuó.
“Ya…” respondí en un alarde de inspiración.
“¿Qué número usas de zapatos?” siguió.
Lo dicho. Era fabricante de zapatos. Con un poco de suerte, pensé, igual me regalaba un par.
“Pues… un 38. Pero, oye… ¿porqué me lo preguntas?” le dije.
“Mmmmm…..” fue todo lo que obtuve por respuesta.
Sin haber aclarado todavía el significado de su “me”, intentaba ahora averiguar qué quería decir ese “mmmmm….”
Tuve la sensación de que se me estaba poniendo cara de boba.

Y él proseguía.
“¿Qué llevas puesto ahora?”
¡Ajajá! ¡Lo sabía! ¡Sabía que tarde o temprano llegaría esa pregunta! Con un extraño rodeo, pero había acabado en donde acababan casi todos. Dí por sentado que la siguiente pregunta sería saber si tenía web cam.
De ningún modo quería darle pie, única parte de mi anatomía que le interesaba, a que por su cabeza pasara cualquier imagen erótica pero, de ser así, seguro se esfumaría tan pronto le detallara mi antilujuriosa vestimenta.
Convencida de ello e imaginándome su decepción, sonreí maquiavélicamente y comencé a responderle:
“Pues mira, llevo un chandal de color…”
No me dejó continuar.
“¡No, no! ¡Eso no me interesa! Me refiero a qué llevas puesto en los pies...”
Al igual que antes con el tarareo, ahora se me cortaba de golpe la risa.
Cuando me descubrí a mí misma mirándome de nuevo los pies y observando, como si fuera también la primera vez que las veía, mis afelpaditas zapatillas a cuadros, tuve la certeza de que había subido un escalafón más en la escala de mi propia estupidez.
“Pues llevo unas zapatillas de andar por casa y… ” empecé a contestarle.
Volvió a interrumpirme. Parecía ser que las características técnicas de mis zapatillas le importaban un comino.
“Mmmmm….” fue de nuevo su respuesta, mostrándome una vez más su riqueza dialéctica.
Y continuaba con su interrogatorio, mientras la siguiente pregunta me dejaba a cuadros, como mis zapatillas, y sentía que me ponía roja de indignación. La nariz, un par de horas antes congelada, ahora me ardía…
“¿Llevas los pies limpios?”
Eso no me podía estar pasando a mí. Seguro que todo aquello era una broma, quizás una cámara oculta virtual y, de un momento a otro, ese tipo me diría que aquella conversación se estaba grabando para “You Tube” y nos echaríamos unas buenas risas.

Pero no. No parecía tratarse de una broma, porque él me repetía la pregunta:
“¿Llevas los pies limpios?”
Todo hubiera sido tan fácil como poner fin a esa conversación con un simple “clic” pero lo confieso, la curiosidad, esa íntima amiga desde mi más tierna infancia, tiró de mí y me dejé llevar.
Decidí seguir adelante para ver a donde me conducía tan kafkiano diálogo.
“¡¡Por supuestísimo que los llevo limpios!! ¡Soy persona que se ducha a diario!”, le contesté tecleando en mayúsculas, para hacerle evidente mi enfado ante semejante pregunta.
“No te molestes, por favor… te lo digo porque a mí no me importa…” respondió.
De nuevo el dichoso “me”.
¿Y qué me importaba a mí que a él no le importara?
“¿Que no te importa para qué? ¿Puedes aclararme de qué va todo esto?” le dije mientras mis dedos, que ya hacía horas habían abandonado su huelga de celo, más que teclear, aporreaban el teclado.
Y me lo contó.
“Verás… lo que más me excita del cuerpo de una mujer son sus pies. Y no me importa si están limpios o no. Es más, si huelen un poco, todavía me excito más…” me confesaba sin cortarse un pelo.
Mi boca estaba tan abierta que se me secó la gola. Con la mirada fija en el monitor y los dedos, ahora paralizados, sobre el teclado, debía tener el mismo aspecto que una momia egipcia.

Había conocido en mi vida a hombres con determinadas fijaciones de tipo sexual, pero hasta ese momento no había topado todavía con ninguno cuyo objeto de deseo fueran los pies femeninos.
Bueno, pues ahí estaba, al otro lado del monitor e imagino que fantaseando acerca de mis pies, inocentes y ajenos a cuanto podían despertar en la cabeza de aquel tipo.
Tardé un par de minutos en volver a poner en marcha mis dedos para, al fin, responderle:
“Pues, verás… a mí los pies, como que ni fu ni fa…”
Observé que se me estaba contagiando su riqueza lingüística.
“¡Eso es porque no lo has probado!” siguió, entusiasmado, cosa que deduje por la frase escrita en mayúsculas.
Me pregunté qué era lo que tenía que probar.
Él ya estaba lanzado.
“Oye… ¿tienes zapatos de tacón de aguja? siguió preguntando.
Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Bueno, sí. Pies sí que tenía. Los míos.
Otra vez la curiosidad me guiñaba el ojo y me animaba a seguirla. Como casi siempre, sucumbí.
Ahora ya me movía un interés casi científico.
“¡Pues claro!” respondí, mientras recordaba que la última vez que me los puse ellos y mi juanete libraron tal batalla que terminaron por arruinarme una noche que prometía ser maravillosa.
Como castigo, los zapatos habían sido relegados al fondo del zapatero. Desgraciadamente, no pude hacer lo mismo con mi juanete.
“¿Porqué no te los pones? Andaaaaa… por favor…”
Ahora, casi me suplicaba.
Esta vez mi pasmo se convirtió en carcajada.
¿¿Cómo iba a ponerme unos zapatos de tacón estando en casa?? ¿Hasta donde quería llegar?
Me parecía ya el colmo del absurdo pero, incluso en esa situación, la coquetería metió baza en mi subconsciente.
“Zapatos de tacón con el chandal… ¡Vaya facha!” pensé.
Y esta vez fue una canción de Martirio la que me vino a la cabeza, pero fui incapaz de tararearla. No se bien si porque no recordaba la música o porque mi mente ya estaba totalmente colapsada. Me inclino por esto último.

Volví a la realidad virtual mientras me devanaba los sesos preguntándome para qué querría que me vistiera de esa guisa…
“¡No! ¡Por supuesto que no me los voy a poner! ¡Ni lo sueñes! Además, aunque lo hiciera, tampoco podrías verme… ¡Menuda chorrada!” le respondí.
Pero él no desistía.
“¡No importa, no importa! Tú me lo cuentas y yo te imagino… mmmmm…”
Por enésima vez, me repetía el “mmmmm…” de marras que, a esas alturas, había desatado ya en mí una risa tonta que no podía controlar y que me impedía seguir tecleando.
Mira por donde, al final resultaría una tarde de lo más divertida.
Hice un esfuerzo y me puse seria, aunque no se bien para qué porque él no me podía ver, para responderle:
“Léeme bien. No voy a ponerme ningún zapato y ahora, disculpa, pero voy a cortar la conversación porque...”
De nuevo me interrumpió.
“¡Nooooooooo… espera, no te vayas! Una pregunta más… ¿Has bebido alguna vez champán en un zapato?”
Tuve que reconocer que aquel tipo tenía la virtud de dejarme sin respuestas. Una vez más, mis dedos estaban quietos a la espera de una orden de mi cerebro, que no llegaba.
No llegaba porque, entre otras cosas, mi masa gris andaba a mil por hora con su desbocada imaginación en la que me veía a mí misma, zapato en mano, brindando con mis amigos. Cada uno de ellos, por supuesto, con su correspondiente zapato en la mano.
Casi lloraba de risa, a pesar del repelús que me daba solo el imaginármelo.
“Pues no, si te he de ser sincera, no lo he hecho nunca” le contesté.
“Mmmmm… es delicioso…” respondió, y percibí en su frase que para él aquello debía ser como tocar el cielo con las manos.
¿O quizás con los pies?

En cualquier caso, el reiterativo “mmmmm…” ya había conseguido exasperarme y, a pesar de mis risas, estaba realmente cansada de tan disparatada charla, así que decidí cortar.
“Mira, yo es que tengo que...” comencé a escribir.
Fue inútil. De nuevo me interrumpió.
“¡Espera, espera! Una pregunta más y termino…”
Lo que estaba a punto de terminar era mi paciencia. Hice acopio de la poca que me quedaba y tamborileé con mis dedos sobre la mesa a la espera de ver cual sería la última pregunta con la que me sorprendería.
Lo que vino superó mis expectativas.
“¿Te imaginas ponerte tus zapatos de finísimo tacón y pasearte por encima mío?”
En un acto reflejo, encogí el estómago y sentí que me dolía todo el cuerpo con solo imaginarlo. El supuesto fabricante de zapatos era, además, masoquista.
“¿¿Pero qué me estás diciendo?? ¡Eso debe doler horrores!”
Tan solo contestarle, caí en la cuenta de que tal observación carecía de sentido para alguien con tendencias masoquistas.
“¡Noooooooooooo! ¡En absoluto! ¡¡Me excita muchísimo!!”, respondió veloz.
Se acabó. Punto y final. Ya no esperé más. Mi curiosidad científica ya estaba más que satisfecha y mi paciencia rozaba ya los números rojos.
Me importó un carajo, a donde le mandé, el ser maleducada. Apoyé con toda mi fuerza el dedo sobre el ratón y con un rotundo “clic” puse fin a tan rocambolesca conversación.

Salí del chat y del mundo virtual a la misma velocidad con la que antes había entrado.
Ya con el ordenador apagado, seguía con cara de bobalicona mirando fijamente el monitor, mientras cientos de imágenes de pies danzaban por mi cabeza y, con ternura, miré los míos.
Decidí que mi intelecto me estaría eternamente agradecido si, tras ese diálogo para besugos, digno de mención honorífica al absurdo, le obsequiaba con una buena dosis de lectura. No tenía un buen libro para leer, el último lo había devorado, pero me daba igual. Después de aquello, hasta la guía telefónica serviría.
Me levanté y me alejé rápidamente del ordenador, como alma llevada por el diablo. Mientras me encaminaba hacia el sofá, miré de nuevo mis pies, calentitos en sus afelpaditas zapatillas a cuadros.
No pude evitar una sonrisa al pensar que la próxima vez que me conectara a un chat, me andaría con pies de plomo.
Y, más que antes, volví a echar de menos alguien con quien compartir este nuevo juego de palabras, pero esta vez recurrí al método tradicional.
Descolgué el teléfono y marqué un número.
Aún ahora, mi amiga me recuerda cuanto se rió conmigo y como le alegré, con mi llamada, esa lluviosa tarde de invierno.

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viernes, 22 de octubre de 2010

Otoño maldito

Despacio y casi a traición
me robas noches de estrellas,
cálidas, largas, serenas,
con sabor a mar y ron.

El frío soplo de tu viento
se lleva consigo el perfume
de azahar, aroma dulce,
y deja tras de sí el lamento

de árboles que, en su belleza,
lucían ayer verde capa
y hoy, seca hojarasca,
crujen, bajo mis pies, tristeza.

La lluvia es llanto del cielo
al que alzan suplicantes ramas
que, como en plegaria, claman
en su desnudez, consuelo.

Temblorosas, a tu paso,
silencian su canto las aves
porque, como yo, bien saben
que tu presencia es ocaso.

Presagio en el aire y en mí
un invierno ya cercano,
mientras mi sol de verano
apagas con tu manto gris.

Eres fin de claros días,
bordados de luz y colores…
No me gustas porque escondes
tras de ti, melancolía.

Reavivas con tu presencia
pérdidas irreparables,
cual mensajero implacable
de rupturas y ausencias.

No esperes, pues, que te cante
como hacen tantos poetas
ni que mis humildes letras
te hilvanen versos brillantes.

Supongo que estaba escrito
el no llegar a querernos…
Entre primavera e invierno
sobras tú, otoño maldito.
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jueves, 14 de octubre de 2010

Todo un derroche

No es guapa, pero sus ojos
reflejan tanta belleza
que a su paso, más de uno,
se prende de su tibieza.

Esconde un alma bohemia
vestida de sencillez,
lo que le ofrece la vida
se lo bebe de una vez.

No es mucho pero da igual,
es feliz y poco espera,
tan solo que a su libertad
nada le ponga barreras.

Canta en invierno y verano,
cigarra tendida al sol
y se ríe aunque la vida
a veces le cuele un gol.

Solo es su amiga luna
testigo de esa pasión
a la que a solas le entrega
cuerpo, alma y corazón.

Celosa de sus sentimientos
escribe, solo para ella,
y en cada uno de sus versos
hay un reflejo de estrellas.

Y sueña con ese día,
mientras escribe de noche,
en que el azar le regale
de amor, todo un derroche.

Pero unas noches al mes
pasión y sueño abandona
para correr a ese bar
de música machacona.

En donde sirviendo copas
para aburridos clientes
gana un sueldo que es escaso
pero que le es suficiente.

Y entre copas y más copas,
hasta que despunta el día,
su mente hilvana versos
y va tejiendo poesía.

Cansado de la oficina
él pasaba por allí,
ejecutivo agresivo
pendiente de Wall Street.

La Bolsa con sus vaivenes
llena de cifras su mente,
frío mundo que decoran
secretarias imponentes.

Quiere tomarse un respiro
y topa con ese bar,
duda por unos instantes
y, al fin, se decide a entrar.

Con su traje hecho a medida
y su corbata de seda
desentona entre tejanos
y piensa si se va o se queda.

Si se va, nadie le espera
en su casa de diseño
donde también con la luna
comparte un secreto sueño…

Que no precise comprar
compañía cada noche
y que el azar le regale
de amor, todo un derroche.

Duda entre pagar caricias
o brindar consigo mismo…
Piensa: “un trago es más barato”
sonriendo con cinismo.

La ve, pero no la mira
cuando le pide la copa
a esa joven, tras la barra,
hasta que en sus ojos topa.

Siente que el vaso helado
al calor de esa mirada
se derrite, y se despierta
su alma aletargada.

Metódico y previsor
de su vida y de sus actos
se estremece al recibir
de sus ojos, el impacto.

Al rey de la oratoria
le tiembla también la voz
y solo escucha el latido
de su corazón, veloz.

Por primera vez, en años,
vuelve a sentirse vivo
y busca en esa muchacha
donde esconde su atractivo.

Poco agraciada y, aún así,
su sonrisa es tan bella
que entre cientos de bellezas,
brillaría cual estrella.

También queda ella atrapada
en ese hombre elegante
que, caído de otro mundo,
le resulta fascinante.

La mira de una manera
que la hace sentir especial
y siente que un escalofrío
recorre su espina dorsal.

Se funde el hielo en la copa,
se rompe el hielo entre ellos…
Una barra entre los dos
Y la luna en el cielo.

Ella le abre el corazón
y le habla de sus poesías,
él, de su aburrida vida
atrapada en grises días.

Y navegando los dos
en un mar de confidencias
saben, al cerrar el bar,
que ha cambiado su existencia.

Quien no durmió en su casa,
lo hizo en el Edén.
Testigo fue solo la luna
que se vistió de satén.

Quien dijo el primer “te quiero”
muy poco importa porque,
mirándose a los ojos,
dijo el otro “yo también”.

Y la luna lució, llena,
su gran sonrisa esa noche
en que el azar les regaló
de amor, todo un derroche.
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miércoles, 6 de octubre de 2010

Miedo

En mis horas de insomnio y pesadillas
negros soldados de la noche me visitan
como fantasmas al acecho de mis sueños
me rodean, me amenazan, me vigilan…

De un soplo helado apagan las estrellas
y oscurecen la plata de la luna,
se ensañan con Morfeo, que se escapa,
dejándome a merced de las tinieblas.

El tiempo se detiene en el silencio
de la oscura eternidad que me rodea
y mis pupilas son un pozo de la nada
donde caigo empujada por el vértigo

Mis terrores abandonan su mazmorra,
mis miedos son tangibles y reales
y rodean mi garganta hasta ahogarme
mientras me observan, inmóviles, las horas.

Naufrago entre amenazantes sombras
y el silencio chirría en mis oídos,
a la deriva me estrello contra el eco
de la quietud insoportable de mi alcoba.

Exhausta abrazo al sol que me rescata
de la angustia de una noche de delirio
donde el sueño se tornó en pesadilla
que se esfuma con la luz de la mañana.

Su caricia me acuna y me despierto
zozobrando entre brumas y penumbras
hasta que el día deja atrás la negra noche
y, aún somnolienta, me río de mis miedos.
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lunes, 27 de septiembre de 2010

En paz y sin miedo

Hasta mi último aliento,
cuando me cierren los ojos,
sólo queden mis despojos
hechos cenizas al viento…

Cuando alaben mis virtudes
y se obvien mis defectos,
me hagan un ser perfecto
digno de mil gratitudes…

Hasta entonces seguiré
a la brújula de mi corazón
y pediré a la razón
perdón por cuanto la ignoré.

Hasta ese preciso instante
seguiré creyendo en mí
y en la fuerza que me dí
para seguir adelante.

De poco he de arrepentirme,
para alegrarme de mucho
mientras mi último cartucho
se consume antes de irme.

Los regalos que la vida
ha tenido a bien en darme,
todos, voy a llevarme
con el alma agradecida.

A mi amiga la conciencia
felicitaré, orgullosa,
por ser guardiana celosa
de mis principios y creencias.

A los que habré sido fiel
del principio hasta el final
y para bien o para mal
habrán sido mi cincel.

Brindando, si es que puedo,
por aquellos que se quedan
y por los que ya me esperan
me iré en paz y sin miedo.

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martes, 21 de septiembre de 2010

Gracias...

Mis amigos queridos, gracias... mil gracias de todo corazón por vuestras cálidas palabras.
Es un verdadero lujo para mí contar con vuestro apoyo y sentiros tan cercanos, a pesar de los miles de kilómetros que nos puedan separar.
Sigo con mi descanso forzoso, alejada de mi blog, pero unida a vosotros por el lazo de la amistad y de la palabra.
Con todo mi cariño, como siempre.

Núria

jueves, 16 de septiembre de 2010

Descanso forzoso...

Mis queridos amigos,

debido a circunstancias familiares, debo hacer un paréntesis en la actividad de mi blog.
Tampoco me será posible seguir los vuestros y espero sepáis disculparme.
Confío en que este paréntesis sea breve y en poder retomar, de nuevo, el contacto con vosotros lo más pronto posible.
Mientras tanto, y esperando que no me olvidéis, aquí os dejo un abrazo enorme!

Con todo mi cariño,
Núria

sábado, 4 de septiembre de 2010

Dime que no lo soñe...

Y nos sorprendió la noche
sin apenas darnos cuenta
mientras sonaba, en el bar,
una melodía lenta.

A su compás, las palabras
danzaban entre mis labios
y los tuyos, tan cercanos,
tan confidentes y sabios.

Y de repente, el silencio,
entre unos viejos amigos
con dos tazas de café
como únicos testigos

de ese preciso momento
en que tú y yo, confundidos,
nos miramos de otra forma,
como dos desconocidos

que descubren a la vez
un sentimiento escondido
que, en brazos de la amistad,
había estado dormido.

Ruido y neón en la calle
y nosotros en una burbuja.
Tú, atrapado en mis ojos.
Yo, en tu sonrisa granuja.

Con estudiado descuido
tu mano rozó la mía
y, como un adolescente,
tú también te estremecías...

Ya entre risas nerviosas
por tan loco desatino
nos saboreamos hablando
de lo humano y lo divino.

Otro café, y uno más,
luego dos copas de vino…
¿Fue un quiebro del azar
o una broma del Destino?

Torbellino de emociones
que acabó por engullirnos
lanzándonos, debutantes,
al juego de seducirnos.

Bebimos el uno del otro,
excitante bebedizo
que nos llegó a embriagar
mientras duró el hechizo.

Sin ni siquiera tocarnos
fuimos el uno del otro
galopando en fantasías
como desbocados potros.

Hasta que el reloj volvió
con su puntual realidad
a devolvernos al mundo…
¿Fue un sueño o fue verdad?

Balbuceaste un “nos vemos”
Mentí un “te llamaré”
“A mí me esperan en casa...”
“Y a mí una cita a las diez…”

Pretendimos con un beso
despedirnos como antes
pero ya no eras mi amigo
ni tampoco eras mi amante…

Y esquivando nuestras bocas
por lo que no podía ser
nos besamos con los ojos…
Jamás nos volvimos a ver.

Dime que no lo soñé,
que no fue un espejismo,
que en ese abrazo del tiempo
tú y yo sentimos lo mismo.
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jueves, 26 de agosto de 2010

¡¡Baja, loca!!

Me había prometido a mí misma no hacerlo, me había autoconvencido de que nada ni nadie podrían obligarme a ello, y de que un “no” rotundo y tajante, acompañado de una mirada fulminante, bastarían para impedirlo.
Me dije que ya son suficientes las cosas que la vida nos obliga a hacer contra nuestra voluntad como para tener que añadirle una más.
¡Vamos, hombre… hasta ahí podíamos llegar!
Y hasta ahí llegué. Hasta el maravilloso Parque Nacional del Timanfaya, en Lanzarote, dispuesta a disfrutar de una de las excursiones más bonitas que he hecho en mi vida, percances e incidencias aparte, y con el firme propósito de mantenerme fiel a mi decisión.
Pues no. No pude evitarlo. De hecho, ni siquiera tuve la oportunidad de manifestar mi determinación.
Mi voluntad poco o nada pudo contra unos cincuenta compañeros de viaje que, rebosantes de entusiasmo, descendían velozmente del bus turístico armados, cual pelotón de combate, con cámaras y vídeos hasta los dientes y que, como si les fuera la vida en ello, se lanzaban en frenética carrera hacia una larga fila de camellos que, sentados plácidamente en una de las laderas del Timanfaya, parecían esperar resignados la avalancha humana que se les venía encima.
Casi me arrollan. Los camellos no, los turistas.

Ávidos del típico paseo a lomos de un camello y de la consabida foto de rigor para la posteridad, se apiñaban desordenadamente alrededor de los animales, esperando impacientemente que el camellero les acomodara en sus lomos. Todos se apelotonaban para ser de los primeros, como si temieran que los camellos huyeran en estampida y perderse la oportunidad de tan trepidante aventura, algo que a mí me hubiera ido de perlas y que llegué a desear con todas mis fuerzas.
Aunque difícil hubiera sido porque, a decir verdad, casi los tenían acorralados a los pobres animales…
Todos aguardaban, impacientes y expectantes, el gran momento de subirse en ellos.
Todos, menos yo.
Me quedé rezagada. Primero, porque mi entusiasmo por esa obligada aventura turística era totalmente nulo y, segundo, en la confianza de que mi ausencia pasara desapercibida.
Fue un inútil y vano intento.
Había logrado resistir a la tenaz insistencia de Joan y convencerle de que a mí los animales me encantan, pero siempre vistos desde tierra firme. Aún así, él seguía mirándome como a una alienígena ante mi negativa a encaramarme a lomos de aquel animal, mientras yo seguía inamovible en mi férrea decisión.
Casi le había convencido ya, casi, cuando toda mi argumentación se fue al traste al sentir la fuerte presión en mi brazo de los dedos de un resolutivo camellero que, sin encomendarse ni a mí ni a nadie, me arrastraba hacia uno de los camellos y, con rapidez meteórica, me sentaba en una de esas diminutas e incomodísimas sillas que colgaban a ambos lados de su enorme joroba.

Cric, crac… y ya me había atado a la silla con la celeridad propia de quien hace esa misma operación cientos de veces al día y obviando totalmente si yo quería o no montarme en ese cuadrúpedo. Ni me preguntó ni esperó respuesta. Me dejó allí sentada y con cara de boba. Y se fue.
Al otro lado de la joroba, en ostensible desnivel con relación a mí por sus casi veinte kilos de más, Joan sonreía más feliz que un anís.
Mal empezaba el día y pintaba seguir peor. Ignorante de los fuertes vientos que suelen soplar en esa isla, maldije una y mil veces mi escueto pantalón corto y mi veraniega camiseta de tirantes mientras hacía verdaderos malabarismos con un finísimo chal que pretendía colocar sobre mis hombros pero que apenas podía sujetar por la intensidad del viento.
Me acordé de Isadora Duncan y su triste final…
Y en esos agradables pensamientos andaba yo cuando llegó el momento tan ansiado por todos y tan temido por mí. Los camellos, dócilmente y a un grito ininteligible del camellero, fueron levantándose uno a uno, en un sincronizado orden.
Empecé a contar… el primero, el segundo, el tercero…
Seguía sin comprender la alegría de los que ya se encontraban colgados en el aire.
El noveno, el décimo… uno tras otro iban poniéndose en pie y se acercaba ya el turno del mío, situado más o menos en la mitad de la fila.

Y me tocó. ¡Ale hop! y…
Y en ese momento hice el ridículo más espantoso.
Yo, persona amante de pasar desapercibida, me asusté hasta de mi propio grito, que salió de lo más hondo de un corazón que sentía desbocado y que, por un momento, pensé que se escapaba por mi boca abierta…
¿¿¿Por qué nadie me había dicho que los camellos no se incorporan sobre sus cuatro patas a la vez, sino que lo hacen sólo sobre las traseras??? ¿¿¿Por qué había sido tan estúpida de no haberme fijado nunca en ese pequeño detalle???
Mi camello, fiel a su genética, por supuesto también lo hizo y en un par de segundos mi silla, hasta entonces en una relativa y segura perpendicularidad al suelo, se elevaba por los aires alcanzando una peligrosa inclinación que me colocaba de espaldas al cielo y de cara al suelo, mientras las larguísimas patas del animal seguían incorporándose.
Más que un grito, era un aullido lo que seguía saliendo por mi boca... Es muy posible que todavía resuene mi eco en la tranquilidad de ese valle.
Mi camello, imperturbable, ni se inmutó ante mi histérico ataque de pánico. Evidentemente, fue el único porque Joan, mirándome como a una poseída, me fulminaba con la mirada a la vez que me preguntaba porque chillaba de “esa” manera mientras el camellero, con una mezcla de enfado y susto en su cara, acudía rápido a mi alarido preguntándome en tono recriminatorio: "¿¿¿Se puede saber qué le pasa, señora????”

Sentí sobre mí las miradas burlonas de cientos de ojos y en ese momento, si mis temblequeantes piernas me lo hubieran permitido, habría saltado del camello para que me tragara rápidamente la tierra, esa tierra que minutos antes pisaba con toda seguridad y que ahora veía tan lejana de mis pies…
Pero tampoco esto funcionó, porque seguía atrapada en esa maldita silla y, para colmo de mis males, ahora sí empezaba a moverse la caravana.
Y comenzó la lenta ascensión por la ladera, al inestable vaivén de los pasos del camello. A medida que íbamos subiendo, el viento arreciaba más y a la mitad de la subida, yo era ya una especie de ovillo acurrucado en el asiento, luchando desesperadamente para que el fuerte viento no me arrancara el chal con el que, inútilmente, seguía batallando para proteger mi cuerpo del frío. Menos la cara, que todavía me ardía por la vergüenza pasada, el resto estaba helado.
A pesar de todo, por unos minutos y dada la lentitud del ascenso, conseguí relajarme un poco y hasta llegué a esbozar una leve sonrisa imaginándome qué negro porvenir hubiera tenido como beduina.

Poco duró, sin embargo, mi relativa tranquilidad cuando observé que, de repente, a mi camello le había entrado prisa. Quizás se dio cuenta de que llegaba tarde a una cita, quizás se creyó el Fernando Alonso de la caravana o quizás, simplemente, quería martirizar un poco más a la patética pasajera que llevaba a cuestas… El caso es que, no conforme con seguir la ordenada fila, empezó a acelerar el paso, intentando adelantar al camello que le precedía, uno de cuyos asientos iba ocupado por un niño que, en cuanto vio el hocico de mi camello sobre su hombro, empezó a llorar histéricamente. Su madre, en el asiento de al lado, intentaba calmarlo sin resultado alguno mientras él, convertido ya en la banda sonora de la caravana, me miraba de forma acusadora.
Genial. Todo estaba saliendo redondo...
¿¿¿Y qué demonios pretendía mi camello con su inusitada prisa????
Clavé también en él la más terrible de mis miradas que, por supuesto, ni vio y, saltándose olímpicamente las más elementales normas de circulación, comenzó a adelantar al camello de delante por la derecha, algo que a éste no le gustó nada, pues empezó a empujarlo hasta dejarlo casi al borde de la ya elevada pendiente de la ladera…
Miré hacia abajo y, a la vista de la altitud en la que nos encontrábamos, sentí que mi frío desaparecía repentinamente para transformarse en sudor. En sudor frío, claro.
¿¿¿Dónde demonios estaba el camellero para frenar a mi acelerado camello??? me preguntaba mientras él y su rival seguían pugnando por una mejor posición.

Y con esta disputa animal, llegamos a la cima. Una breve parada para contemplar el imponente paisaje que se extendía frente a nosotros fue, para mí, el mejor momento del recorrido. Reinaba el silencio, los camellos estaban quietos… Incluso el fuerte viento parecía haber amainado. Por unos instantes, llegué a pensar que estaba tocando de pies al suelo.
Poco duró, sin embargo, tan hermosa sensación. A un grito, otra vez ininteligible, del camellero la caravana se ponía nuevamente en marcha para iniciar el descenso.
Volvía a soplar el viento con intensidad y yo, de nuevo, retomaba mi interrumpida batalla con el chal, que ahora se vengaba de sus intentos frustrados de huida enroscándose a mi cuerpo como una serpiente. Mientras, los camellos, más ligeros en su descenso, iniciaban un trote que a mí se me antojó casi suicida y que hacía bambolear con fuertes sacudidas las enclenques sillas en las que íbamos sentados. A cada paso del camello, mi martirizada columna vertebral se estampaba contra el metálico respaldo del asiento y casi podía imaginarme a mis maltrechas vértebras maldiciéndome
Mi camello, por supuesto, seguía con la misma prisa de antes.
Arriba, abajo, arriba, abajo…. el vaivén del trote marcaba las subidas y bajadas de mi asiento de tortura y yo no veía el momento de tocar de pies al suelo, aunque difícil me resultaba poder ver nada porque, a esas alturas, yo era ya una maraña de chal y cabellos que cubrían, prácticamente, mi cara.

Se me hizo eterno, pero por fin llegamos al punto de donde habíamos partido mientras yo procedía, pacientemente, a apartar el enmarañado cabello de mi cara y a desenroscar el chal que, juguetón con el viento, casi me había envuelto medio cuerpo y me daba el aspecto de una momia montada en un camello...Mi imagen de seductora aventurera hubiera echado para atrás al mismísimo Indiana Jones.
De tal guisa llegaba yo al final de mi suplicio.
Uno a uno, los camellos se colocaron de nuevo en fila para, ordenadamente, y a la siempre ininteligible voz del camellero, empezar a sentarse para que sus pasajeros, ya desbordados por un entusiasmo colectivo, descendieran.
Todos se sentaron. Todos, menos el mío. Estaba claro que algo tenía en mi contra o que se estaba vengando de mi aullido…
Me imaginé el espectáculo… Decenas de camellos, ya libres de su carga, sentados plácidamente en el suelo y, en medio de ellos, desafiante y rebelde, el mío, obstinado en seguir sobre sus cuatro patas. Yo, colgada todavía en los aires, ya casi me había librado del maldito chal.
Por fin, tras segundos que me parecieron horas, el camellero de incomprensibles órdenes se dirigió hacia nosotros. De nuevo con señales evidentes de enfado en su rostro, no se si por el camello díscolo o por verme a mí, le lanzó uno de sus enigmáticos gritos.
Nada. Como si no fuera con él. Mi camello seguía en pie. No había duda... aquello era una venganza. Primero la del chal y ahora la del camello. ¿Se vengaría el niño llorón también de mí?
Un nuevo grito, esta vez más fuerte y totalmente comprensible:
“¡¡Baja, loca!!”

Y entonces funcionó. Como mágico conjuro, esas dos palabras bastaron para que mi camello por fin, lenta y pausadamente, se sentara.
Más que bajar, casi me tiré al suelo mientras, para mis adentros, me preguntaba si esa orden había ido dirigida al camello o a mí...
A punto estaba de preguntarle al siempre enfadado camellero cuando me topé, por primera vez, con su sonrisa. Eso sí, burlona. Tanto, que opté por callarme.
Preferí ignorar la respuesta. Ya en tierra firme, recompuse como pude mis cabellos, guardé mi chal en lo más hondo de mi mochila y, con la mayor dignidad posible, me alejé cuan rápida pude, sin despedirme, del camello.
Prometo volver a Lanzarote, isla que me enamoró. Si alguna vez me pierdo, es posible que me encontréis allí, entre su cielo azul, sus blancas casas y su negra tierra... Pero también prometo, y al Timanfaya pongo por testigo, que nunca más volveré a subirme a un camello.

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martes, 27 de julio de 2010

Un descanso...

Mis musas y yo hemos acordado, en pleno extraordinario, tomarnos unas pequeñas vacaciones. No sé si merecidas pero sí deseadas por ambas partes. Por lo tanto, no ha sido necesaria mucha deliberación.

Yo, sé que estaré de regreso en dos semanas, y espero que ellas estén esperándome a la vuelta, que las conozco muy bien y sé que son amantes de escapadas imprevistas y sin previo aviso…
Confío, pues, en que su billete sea también de ida y vuelta.

Mientras tanto cierro, pero no echo la llave, para que podáis entrar y salir cuando os apetezca y, de paso, echar un vistazo a ésta mi casita virtual, que también es la vuestra.
Sé que queda en buenas manos.

Un gran abrazo a tod@s y… hasta pronto!
Núria

viernes, 23 de julio de 2010

Un cuento (para leer con tiempo y detenimiento)

Érase una vez que se era
un día de primavera
y Martita, niña bien,
entre sábanas de satén

se despierta dulcemente
mientras le viene a la mente
que tiene cita a las tres
con el nieto de un marqués.

Rebelde, inconformista
y endiabladamente lista
se niega a, por dinero,
ser una mujer florero.

Y no le apetece mucho
quedar con ese blanducho
que, arrogante y charlatán,
tiene ínfulas de donjuán.

Dueño de una gran fortuna,
de muy noble y alta cuna…
¿¿Y dicen que es un buen partido??
¡Si es un muermo de aburrido!

Su incansable verborrea
me deprime y me marea
y su título nobiliario…
ufff…¡me pesa como un armario!

Triste sería mi destino
viviendo con ese cretino
con quien me quieren casar,
en verano a más tardar.

Mas por mucho que a mis padres
no les gusten mis desmadres,
mejor sola y divertida
que con él y aburrida.

En fin…¡qué le voy a hacer!
Iré con él a comer.
Tendré contento a mi padre
e ilusionada a mi madre.

Cumplo y aguanto un ratito
y luego me largo a un garito
de copas con mis amigos…
¡Si el plasta no acaba conmigo!

Y en éstas anda Martita
mientras acude a la cita,
monísima, al volante
de un coche despampanante.

Y llega al restaurante.
Por supuesto, elegante.
Sin prisa por bajar del coche
y ver a ese fantoche

cuando alguien golpea el cristal.
“Seguro aparqué mal”…
Y levanta la mirada
con sonrisa educada.

Y topa con esos ojos,
y siente sus huesos flojos…
Colgada de esa mirada
se queda hipnotizada.

“Si quiere darme la llave…”
le dice una voz suave,
“le aparco el coche aquí al lado,
en nuestro parking privado”

Y sigue de forma cordial
el portero del local
hablando, mientras Martita,
ya se olvidó de su cita.

Hasta que él también se calla
pues siente como metralla
la mirada de esa chica
cuyo delito es ser rica.

Sus ojos en los de ella
ya han dejado su huella,
y los de ella en él
han encendido su piel.

Segundos que parecen horas
mientras algo nuevo aflora
entre dos desconocidos
sorprendidos por Cupido.

Él siente un escalofrío
cuando se lanza al vacío
para decirle al oído:
“Me has dejado sin sentido…”

Y ella tartamudea…
Y por fin, parpadea
cuando le dice, bajito,
“Y yo perdí el apetito…”

“Si quieres te aparco el coche
bajo la luna, esta noche”
dice él y ella asiente
sintiéndose ya impaciente.

Y atrás queda el nieto,
su dinero y su careto.
Por delante, la aventura
del deseo y su locura.

Pasan días y semanas,
de boda ya no hay campanas...
Martita está en otro mundo
y su padre, furibundo.

“¿¿Cómo ha dejado escapar
a tan valioso ejemplar??”
Y la madre, con tristeza,
dice adiós a la nobleza.

Y así hasta que un buen día
Martita, con alegría,
habla a sus progenitores
del amor de sus amores.

La noticia causa impacto
y los deja estupefactos.
“¿Y es alguien de la nobleza?”
preguntan con sutileza…

“Él mismo os va a contestar,
que ya no puede tardar”
Los padres, con la boca abierta,
y suena el timbre de la puerta.

“¿¿Se ha vuelto loca o qué??
¡Yo sin pastas para el té!”
grita nerviosa la madre.
Boquiabierto sigue el padre.

Y Martita, ufana y radiante,
hace su entrada triunfante.
“Os presento a Babukar,
con quien me quiero casar”

Silencio en el salón…
Y luego, la explosión.
“Pero, Martita….¡¡es negro!!”
brama el futuro suegro.

“Papá, ya me dí cuenta”
responde ella, contenta.
“Pero le quiero a él
con su alma blanca y su negra piel”

El padre, rojo de ira,
con desprecio se lo mira.
La madre no dice nada.
Ha caído desmayada.

Y el novio, con calidez,
habla por primera vez…
“Señor, créame, soy sincero.
Martita es lo que más quiero”

“¡Tú cállate, embustero,
sólo quieres su dinero!”
grita iracundo el padre
mientras vuelve en sí la madre.

“¡De mí no veréis un duro,
por este negro lo juro!”
Y le clava una mirada
despectiva y airada.

“No lo queremos, señor.
Nos basta con nuestro amor
y el poco o mucho dinero
que gano como portero”

“Portero de un restaurante
de lujo y muy elegante”
precisa Martita, orgullosa,
mirando a Babukar melosa.

“¡Pues ya veis cuanto me alegro…
Don nadie y encima negro!”
dice el padre con cinismo.
“¡Salid de casa ahora mismo!”

Martita, por primera vez,
responde con tirantez.
“Sabed que si cruzo esa puerta
ya podéis darme por muerta”

“Y si despreciáis a quien quiero,
lo hacéis al hijo que espero”
Y se van, dando un portazo.
Y tras la puerta, un abrazo.

Dentro, el futuro abuelo
levanta a su mujer del suelo
que otra vez cae desmayada
mientras grita: “¡¡embarazada!!”

Pasan días y semanas
y Martita ensaya nanas
mientras Babukar, risueño,
cree estar viviendo un sueño.

Con su sueldo de portero,
amor y mucho esmero
transforman en paraíso
un viejo y pequeño piso.

Palacio donde son reyes
y ellos marcan sus leyes
y donde, desde hace un mes,
en vez de dos ya son tres.

Y colorín colorado…
¡este cuento se ha acabado!


Ah…¿queréis saber si fue
niño o niña el bebé?
Fue una niña y, si os soy franca,
me encanta se llame Blanca…

Muñeca de piel morena
que, feliz, ríe ajena
a esa estupidez tan cruel
que juzga el color de la piel.

¿¿Y dónde están los abuelos??
¡Pues en el séptimo cielo!
Él con Blanca en sus brazos.
La abuela, en su regazo.

Que al final venció el amor
en la guerra del color.
Y el amor, como las flores,
luce bello de colores.

Babukar, con su familia,
de más de uno es la envidia
y al que mira con desdén,
Martita ríe y piensa: “¡que le den!”

Los abuelos, de babeo,
lucen nieta en su paseo.
Les miran de arriba a abajo
y les importa un carajo.

Y ahora sí… colorín colorado
este cuento ha terminado.
Que aún sin comer perdices,
os juro, fueron felices.
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jueves, 15 de julio de 2010

Vuestra guerra

Qué absurda guerra la vuestra
que os enfrenta a diario,
que no os concede tregua
ningún día del calendario.

Que os separa y mutila,
que os divide en dos bandos,
que hace de cada palabra
punzante y mortal dardo.

Que levanta entre vosotros
muros cada vez más altos
que no os permiten siquiera
oir vuestro propio llanto.

Que arrasa con el amor,
que siembra odio a su paso
y os encierra en la cárcel
de vuestro propio fracaso.

Batallas que engendran odio
y avivan vuestro dolor.
Dos corazones partidos,
vencidos por el rencor.

Qué absurda guerra la vuestra…
No hay vencedor ni vencido.
Si acaso, sólo el recuerdo
de todo lo que habéis perdido.
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lunes, 5 de julio de 2010

Otro mundo

Si dejaras de mirarte el ombligo,
de sentirte el astro rey del universo
entre un séquito de falsos amigos
que te siguen porque nada te es adverso.
Si apartaras la mirada de tí mismo,
si olvidaras por un día tu egoísmo…

Si recordaras que no lejos de tu mundo
hay otro, de pobreza, moribundo.

Si bajaras de tu trono de altivez
y miraras a los ojos, sin desprecio,
de quienes solo poseen su honradez,
y que no venden bajo ningún precio.
Si supieras de esa gente tan sencilla
que no se ciega ante el oro que brilla…

Que no sabe de valores ni de acciones,
ni de mercados a la alza o de inversiones.

Si aparcaras ese día tu codicia
y el negro halo de tu lujo insultante,
si rompieras el saco de tu avaricia
y repartieras entre tus semejantes
lo que te sobra y a ellos tanto falta
y, aún así, llevan la frente alta…

Tendrías menos fortuna entre tus manos,
menos ceros en tus cuentas bancarias.
Ganarías un diez como ser humano,
y la riqueza de un alma solidaria.
Ya ves, posees de todo en tu opulencia
pero te falta lo esencial. La conciencia.

Recuerda que no lejos de tu mundo
hay otro, de pobreza, moribundo.
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martes, 29 de junio de 2010

El vestido de novia

No era algo que pasara cada día. De hecho, sucedía esporádicamente y, quizás por eso, la espera hasta que surgiera una nueva oportunidad se tornaba eterna e impacientemente deliciosa…
Lo tenía guardado en el rincón más oculto del armario, el menos accesible a miradas y manos curiosas como las mías. Allí donde se guardan los pequeños secretos que, casi siempre, suelen formar parte de grandes recuerdos. Cuidadosamente envuelto, delicadamente protegido por sábanas y toallas, cual cálidos centinelas, guardaba mi madre su vestido de novia.
No recuerdo exactamente como ni cuando fue, pues vivía yo una época de mi vida de grandes y contínuos descubrimientos pero, evidentemente, dí con él y tal hallazgo fue uno de los más maravillosos que recuerdo. Tampoco consigo acordarme de la primera vez que me lo puse, pero sí tengo bien grabados en mi memoria muchos de los momentos mágicos y de ensueño que me proporcionó.

Era de raso, de un blanco radiante y con un ligero brillo que, a mis ojos, lo hacía casi irreal. Recreándome en su suavidad, deslizaba mis dedos por él acariciándolo con el mismo cuidado y admiración que quien acaricia una joya.
Y como tal lucía en el bonito cuerpo de mi madre que, resplandeciente, sonreía feliz del brazo de mi padre el día en que se casaron. Las fotografías de la boda, que nunca me cansaba de mirar, daban fe de ello.
Realmente, parecía una diosa.
Y yo, escuchimizada mortal, llegaba del colegio y me encontraba en ese delicioso espacio de tiempo en que, sin obligaciones escolares ni domésticas, estaba solo a merced de mi fantasía, la cual me lanzaba a aventuras entre sábanas tendidas al sol, a galopar frenéticamente sobre un patinete como salvaje amazona o a ser una encantadora princesa de cuento de hadas.
Cuando mi imaginación se decantaba por lo último, sabía perfectamente hacia donde encaminar mis pasos para dar forma a mis ensoñaciones.
A la habitación de mis padres.

Allí, el ritual era siempre el mismo. Me dirigía al armario que albergaba el preciado objeto de mis deseos y, con toda la delicadeza de que yo era capaz, tanteaba con mis manos en su interior hasta dar con el vestido. Acto seguido, lo depositaba sobre la cama de mis padres como si de una obra de arte se tratara y, sin poder apartar mis ojos de él, me despojaba apresuradamente de mi monótona ropa escolar para, con un cuidado extremo, introducirme en aquella maravilla de vestido. Finalmente, abría una de las puertas del armario, cuya parte interior tenía un espejo de cuerpo entero, y era entonces cuando se levantaba el telón y la magia entraba en escena…
Poco importaba que me lo pisara, poco importaba que me sobraran centímetros de tela por todos los lados. Era evidente que ese vestido solo podía lucir con todo su esplendor en el cuerpo de mi madre pero, aún así, mi imaginación, piadosa y benevolente conmigo misma, se encargaba de rellenar todos los huecos vacíos, que no eran pocos.

Un rayo de sol se colaba en la habitación a través de la ventana y, como una varita mágica, se posaba sobre el vestido haciéndolo aún más deslumbrante. Mirándome en el espejo con los ojos de la fantasía, veía a la niña flacucha y desgarbada convertida ya en la más hermosa de todas las princesas.
La alcoba se transformaba, entonces, en un gran salón de baile donde yo era el centro de todas las miradas y en donde un imaginario y apuesto príncipe, rendido ante mi belleza, me rogaba bailara con él. Yo, por supuesto, accedía a su petición y, graciosamente, le tendía mi mano para iniciar el baile…
Un, dos, tres… un, dos, tres… danzaba sobre mi cuerpo al compás de un vals que solo sonaba en mi cabeza, procurando no tropezarme con la falda del vestido y abrazada a un irreal príncipe, ya totalmente prendado de mí.
Y seguía bailando…
Un, dos, tres… un, dos, tres… cada vez más vertiginosamente, contemplándome de reojo en el espejo y dando vueltas y más vueltas, hasta que la habitación giraba conmigo y debía detener mi baile, exhausta y tambaleante.

Era un breve espacio de tiempo, muy corto, duraba apenas unos escasos minutos, pero a mí me sabían a eternos porque en el mundo de mi fantasía no existía el tiempo ni, mucho menos, se medía.
Mi madre, sin embargo, sí sabía de tiempos y horarios y era su voz, llamándome a comer, la que me obligaba a regresar de nuevo a la realidad y poner fin a mis ensoñaciones. Como Cenicienta a las doce de la noche, abandonaba precipitadamente el vestido y volvía a enfundarme en mi uniforme escolar que, en ese momento, me parecía más feo que nunca. Y yo también.
Pasaban los años y, a medida que iba creciendo, mi cuerpo se iba ajustando más a las medidas del vestido. Seguía poniéndomelo, siempre que mi fantasía me lo reclamaba, aunque cada vez más esporádicamente.
El inexorable paso del tiempo, finalmente, me sumergió de lleno en el mundo adulto. Dejé atrás mi niñez y de bailar al son de imaginarios violines y con inexistentes príncipes, porque en mi vida ya empezaban a asomar otros más reales de carne y hueso...
Inevitablemente, dejé atrás el vestido y me olvidé de él.

Pasaron muchos años sin apenas recordarlo, salvo cuando ojeaba el álbum de bodas de mis padres. Al verlo, era como si una lucecita del desván de la memoria se encendiera, para volver a apagarse una vez vistas las fotos.
Hasta que un día, por casualidad, me lo encontré de nuevo en mis manos.
También en el vestido el tiempo había causado estragos pero, aún así, me seguía pareciendo tan suave, tan blanco y maravilloso como años atrás. Volví a acariciarlo con mis dedos, como solía hacer en mi niñez y, de nuevo, mi fantasía me tomó de la mano para mostrarme a esa niña soñadora y delgaducha que bailaba un vals al son de una música que solo sonaba en su cabeza, en un salón de baile imaginario y en brazos de un príncipe inexistente.
Solo el vestido y yo, supervivientes del tiempo, seguíamos siendo reales.

Mi madre sigue guardándolo en el mismo rincón del armario, con el mismo cariño y ternura que antaño. Yo lo sé, pero es muy posible que ella no se acuerde.
Nunca más he vuelto a preguntarle por él. Para mí es parte de mis fantasías de niña y, como tal, lo recuerdo con ternura. Para ella, de su vida real, en la que ya no puede sonreír, deslumbrante, del brazo de mi padre, su príncipe azul.
Y este recuerdo duele.

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jueves, 24 de junio de 2010

Triste noche de Sant Joan

Mi blog enciende una vela por las doce víctimas del trágico accidente de esta noche de Sant Joan.
Me uno al dolor que ahora mismo están viviendo tantas personas y lloro con ellas.

sábado, 19 de junio de 2010

Remedio infalible

Cuando me duele el alma,
mi corazón se resfría,
se me cansa la ilusión
o me cojea la alegría…

Tengo un remedio infalible,
ideal para estas dolencias.
Lo puedes dosificar
a tu propia conveniencia.

Sólo precisas del cielo
y desnudarte de prisas.
Aún es más efectivo
si te acaricia la brisa…

Acomódate en un lecho
de hierba fresca o de arena
y abre tu corazón
para que salga la pena.

Elige de entre las nubes
aquella que más te guste…
La de algodón más blanco,
la que a tus sueños se ajuste.

Y llega volando hacia ella
con las alas de tu mente.
Mécete en su regazo
y, desde sitio preferente,

observa el mundo y sus gentes,
encaramada en el cielo.
Mira que pequeño es todo
y que alto es tu vuelo…

Lanza al vacío problemas,
libérate de tu lastre,
que ni son tantas las penas
ni tu vida es un desastre.

Y, ligero como esa nube,
regresa de nuevo al suelo
a paladear la vida
como un dulce caramelo.

Es medicina efectiva,
y sin contraindicaciones,
especialmente indicada
contra anemia de ilusiones.

No precisa de receta,
no hay efectos secundarios
y, aunque crea adicción,
puedes tomarla a diario.
Safe Creative #1006196633014

lunes, 14 de junio de 2010

Ruptura

Será inútil
venir a recoger todas tus cosas
y pretender, con paso apresurado,
meter en bolsas pedacitos del pasado.

Porque aunque dejes vacía esta casa
jamás podrás llevarte tu esencia
que llena ya los huecos de tu ausencia.

Será absurdo
aparentar una fingida indiferencia
y, como si nada, haciéndome la dura,
querer bromear a costa de nuestra ruptura.

Intentar empaquetar risas y besos…
Lo siento, eso queda aquí conmigo.
Concede ese derecho a tu enemigo.

Será mentira
decir que seguiremos siendo amigos
y que a pesar de que todo ha terminado,
si te preciso, correrás siempre a mi lado.

Mejor será, pues, que evitemos disimulos,
palabras huecas y frases de cumplido
justificando lo que no pudo haber sido.

Será difícil
que me escondas esa lagrima furtiva
y que no tiemble mi voz en el momento
de poner punto y final con un “lo siento”.

Y vete ya…
Que tengas suerte, que la vida te sonría
y hagamos breve el momento del adiós.
Ya es tuyo y mío lo que antes fue de dos.
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viernes, 11 de junio de 2010

No me rindo

Tristeza, que me acorralas,
desánimo, que me rondas,
nostalgia, que me acechas,
pena, que te clavas honda…

Cubiertos de un manto gris
y con pasos fantasmales
danzáis a mi alrededor
como ávidos chacales.

No me asustan vuestras garras
y sé huir de vuestras fauces
porque no soy presa fácil
que se dobla como un sauce.

Nunca os dejéis engañar
por mi frágil apariencial,
que a vuestros feroces ataques
sé oponer resistencia.

Tal vez pueda flaquear
ante la fortuna incierta,
que un golpe me deje herida…
mas sabed que no estoy muerta.

Pues sigo pisando fuerte,
y solo me hacéis cosquillas,
que llevo un pirata dentro
y os pasará por la quilla.

Soy firme como una roca
y aunque a veces bese el suelo
tomo fuerzas de mí misma
y emprendo de nuevo el vuelo.

Sabed que nunca me rindo,
verdugos de la alegría,
pues ya veo salir el sol
tras vuestra estampa sombría.
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martes, 8 de junio de 2010

Sigo creyendo...

Yo sigo creyendo en la palabra,
la más potente de las armas disuasorias,
indiscutible aliada de la paz
y, entre guerras, la única victoria.

Yo sigo creyendo en el derecho
inalienable de todo ser humano
de alzarse contra el yugo opresor
de dictaduras al servicio de tiranos.

Yo sigo creyendo en el poder
de la cultura, que nos une y nos libera
de embusteros, impostores y farsantes
que hacen de la mentira su bandera.

Yo sigo creyendo en la honradez
como único armamento de defensa
contra esa legión de mercenarios
de la justicia, charlatanes sin vergüenza.

Yo sigo creyendo en la fuerza
de los ideales e incluso de utopías
y de quienes, sin manchar sus manos blancas,
los defienden con coraje y valentía.

Yo sigo creyendo en la igualdad
por encima de credos, colores y banderas,
y en la tolerancia, idioma universal,
que con su voz derriba muros y fronteras.

Yo sigo creyendo en el respeto,
camino llano hacia la convivencia,
y en un ejército de hombres y mujeres
marchando al son de paz de su conciencia.
Safe Creative #1006086547070

martes, 1 de junio de 2010

Maldito blues

Llora el saxo mientras suena esta canción,
una lágrima escondida en cada nota
y, sin aviso, se cuela en mi corazón
con su música desgarrada y rota.

Hay un viaje al pasado en su llanto,
con billete de ida sin regreso
a ese tiempo en que nos quisimos tanto
que llegamos a querernos con exceso.

Hay tristeza en el alma de este blues
que acompaña esta soledad de dos.
Ya no hay magia en esta cena a media luz
y el silencio habla a gritos de un adiós.

Y jugamos a esquivarnos la mirada
por temor a descubrir a dos extraños.
Esta noche de verano es helada
y el lamento de este saxo me hace daño.

Si parece que fue ayer cuando, abrazados,
nos vio la luna bailar esta canción.
Dime, al menos, que no lo has olvidado
ahora que, lento, se baja el telón.

En el aire, un acorde suspendido,
nota final que suena a despedida.
Maldito blues, una vez más has sido
banda sonora de un trocito de mi vida.
Safe Creative #1005316469304

viernes, 28 de mayo de 2010

Sangre envenenada

Es sangre envenenada
la que corre por sus venas
y el alcohol, de madrugada,
enturbia de ira sus penas.

Ríos de rabia y celos
se desbordan y le engullen.
Llama a las puertas del cielo
y sólo demonios acuden.

La que ayer fuera su sueño
es hoy su pesadilla.
Le dijo que no era su dueño
y su rechazo le humilla.

Se revuelca en su agonía.
se retuerce en su tormento.
Borracho, al filo del día,
de venganza está sediento.

El rencor y el despecho
son acerados puñales
y al hundirse en su pecho
brota el odio a raudales.

“No será de nadie más
la que no quiere ser mía.
Juro ante ti, Satanás,
que hoy será su último día”

Cabalgando en la locura,
dos escalofriantes brillos
alumbran la noche oscura:
su mirada y un cuchillo.

Desde su infierno murmura:
“Mataré a quien me mata.
Pagarás por mi amargura
con justo castigo, ingrata”

Y como lobo, acechante,
la espera en su portal.
En la oscuridad reinante,
sus ojos, destello mortal.

Suenan doce campanadas
desde un reloj lejano,
presagio de muerte anunciada.
Y siente el acero en sus manos…

El silencio habla de muerte
mientras el verdugo espera.
Ajena a su aciaga suerte,
los pasos de ella en la acera.

Inmóvil por unos segundos,
suspendidos en la nada,
desde el odio más profundo
clava en ella su mirada.

Y también clava en su pecho
tres certeras cuchilladas
de celos, odio y despecho,
con manos ensangrentadas.

No hay gritos ni resistencia,
tan solo asombro y horror
de quien, desde su inocencia,
reconoce a su ejecutor.

Sus ojos, interrogantes,
le miran desde la agonía.
Puñales, desde ese instante,
que acuchillarán sus días.

Le engulle la oscuridad
con su sangre envenenada.
Ya desde la eternidad,
su verdugo es esa mirada.
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jueves, 13 de mayo de 2010

Naufragio

Entre tu boca y la mía,
la certidumbre
de pronunciar un “te quiero”
sin amor y por costumbre.

De tus ojos a los míos,
la añoranza
de un tiempo en que fui tu imagen
y tú eras mi semejanza.

De tus labios a los míos,
el desconsuelo
de un beso moribundo
necesitado de anhelo.

De tus manos a las mías,
el titubeo
que paraliza caricias
por la ausencia de deseo.

De tu corazón al mío,
el abismo.
De un lado la indiferencia,
del otro, el egoísmo.

Entre tú y yo, invisible,
el presagio
de hundirnos en la rutina
victimas de este naufragio.
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lunes, 10 de mayo de 2010

No era para mí

Fue un encuentro típico de discoteca.
Él anclado en la barra y yo, coqueta,
le miraba de reojo, y él a mí,
me lanzaba una sonrisa a lo Brad Pitt.

Siguiendo el guión establecido
se hacía de rogar, el muy bandido.
Yo pensaba: “¿Porqué tardará tanto?”
Pero al fin se rindió a mis encantos…

Ya de charla, era todo simpatía
y yo de más de una era la envidia.
A su lado el más guapo era feo
y, vanidosa, lo exhibí como un trofeo.

Pasó la noche sin insinuar nada
y yo me lo miraba, alucinada.
“¿Habré encontrado al fin a un caballero?”
¡Si hasta me dijo al salir: “Tú primero”!

Un decoroso beso en la mejilla…
“Si quieres, nos vemos otro día.
Te invito a cenar” dijo y yo, lela,
pensé “Hoy me ha tocado la quiniela”.

“Apunta mi móvil por si no puedes”
me gritó, ya subido a su Mercedes.
Dije que no con sonrisa traviesa...
¿Faltar yo a mi cita con esa belleza?

Y me pasé tres noches y tres días
pensando qué vestido me pondría.
El negro, que siempre es más elegante...
¡Seguro me verá despampanante!

Y así estaba yo el día en cuestión
cuando de pronto hubo un apagón.
A tientas, sin luz y sin dos velas
buscando como loca unas medias.

Por fin las encuentro y, a oscuras,
reniego de mi malaventura.
Sin tiempo para últimos detalles
me lanzo en estampida hacia la calle.

¡Ya son casi las nueve. Llego tarde!
Y el tráfico a esta hora está que arde…
Nerviosa, ya sentada en el coche,
presiento que no empieza bien la noche.

Y no empieza bien. Lo hace fatal,
porque atrapada en un atasco colosal
de nuevo maldigo a mi mal sino…
¡Mis medias negras son azul marino!

¡Voy hecha un auténtico payaso!
Y encima, llegando con retraso…
¡Qué pensará de mí, de esta guisa!
O se muere del susto, o de la risa.

¡Maldita sea! No sé donde llamarle...
¡Y a todas éstas, ya es media hora tarde!
Aparco el coche y, fuera de mí,
recuerdo que no me peiné al salir.

Casi al borde de la desesperación
echo a correr como en una maratón,
arrasando con todos los peatones
y subida a unos altísimos tacones.

Y llego, al fin, al sitio del encuentro
en el preciso y fatídico momento
en que desaparece por la esquina
un Mercedes, y aquí todo se termina.

Reniego una vez más del apagón.
del atasco y de mi equivocación,
aunque ahora ya me importa un comino
ir de negro con medias azul marino.

Y tal como llegué me volví a casa
pensando que el Destino tiene guasa.
Estaba escrito. No era para mí
aquel con la sonrisa de Brad Pitt.
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