Dejó las puertas abiertas
y el corazón sin cerrojo.
Echó la llave al olvido
y, tras ella, sus enojos.
Se acomodó en el sofá
entre cojines floreados
y desabrochó de su alma
los botones del pasado.
A sorbos bebió un café
y sus lágrimas, de un trago.
Y acordó consigo misma
que eran suficiente pago.
por primaveras marchitas,
por veranos tormentosos,
por otoños sin colores,
por inviernos tenebrosos.
Escuchó a su propia voz
decir en voz alta: “sola”
y a un murmullo en su interior
que le susurraba: “hola”.
Se encontró tras mucho tiempo
y se abrazó con tibieza,
sonrió a la que un día fue
y se rió de su tristeza.
Paladeó el silencio
como manjar exquisito,
que endulzó el eco amargo
de aquellos odiosos gritos.
Y se acarició la piel
por los golpes maltratada.
Fuera ya era de noche
y en su interior, madrugada.
Tomó un baño de sosiego
y se enjabonó de calma,
lavó su negra memoria
y se perfumó el alma.
Se despojó de sus miedos,
se arropó en su confianza
y un beso de buenas noches
le regaló la esperanza.
Descansó en la libertad
de quien ya no tiene dueño
y esa noche, al fin, durmió
el más feliz de sus sueños.