No la lavo. No la quiero lavar. La dejaré tal y como la he encontrado, mientras revolvía armarios y cajones y me salían al paso mil y un objetos que habían sido tuyos y que, al verlos y tocarlos, me devolvían un poquito de ti. Ellos, como yo, se han quedado huérfanos y diría que también lloran tu ausencia.
No la lavo. No lo haré hasta que el tiempo diluya este olor o hasta que yo, a fuerza de restregar mi nariz en esta pieza de ropa, lo absorba. Huelo cada hilo, cada costura, cada pliegue de este pequeño tesoro que, delicadamente, repaso con mis dedos.
No la lavo. En ella está tu aroma y, poco a poco, me emborracho de él. Entra dentro de mí y siento que me golpea el corazón, que me altera el alma y que afloja mis lágrimas. Rebeldes, incontrolables, resbalan por mis mejillas hasta humedecer la seda de esta blusa.
No la lavo. No quiero borrar esta pizca de vida que me acerca a ti, no quiero romper este lazo invisible y etéreo que me hace creer, si cierro los ojos, que todavía estás a mi lado. Te huelo, y al sentir tu olor, como un dulce beso te cuelas en mi interior y me acaricias el corazón, tan vacío y tan huérfano desde que tú no estás, mamá.