jueves, 31 de diciembre de 2009

Un deseo...

Con las doce campanadas,
doce uvas de la suerte.
Una por cada mes
del nuevo año que viene.

Doce granos de ilusión
y, en silencio, un deseo.
Que la tristeza se olvide
de aquellos a los que quiero.

Y entre ellos, mis amigos
visitantes de este blog.
Compañeros del camino
que sigue mi corazón.
Safe Creative #1005116265618

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Para vosotros...

A todos vosotros, amigos que visitáis mi pequeño mundo de letras y que lo hacéis grande con vuestra presencia y vuestros comentarios, quiero desearos de todo corazón unas felices fiestas y que el nuevo año convierta en realidad todos vuestros sueños.

Y construid nuevos sueños para seguir soñando!

Con todo mi cariño,

Núria

Safe Creative #1005116265656

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Subida a una silla

Me moría de vergüenza
cuando, subida a una silla,
empezaba a recitar:
“Reunidos en este gran día…”

Y cuatro pares de ojos,
rebosantes de alegría.
me miraban y, en silencio,
escuchaban mi poesía.
.
Se me trababa la lengua
pero ellos, como si nada.
Y yo seguía adelante
con la cara arrebolada.

Y mirando hacia el techo,
como si mirara al cielo,
pedía al Niño Jesús
por mis padres y abuelos.

Ya en el último verso,
segura y desinhibida.
era tanto mi entusiasmo
que tambaleaba la silla.

Luego, suspiros y aplausos
alrededor de la mesa.
No sé si por la poesía
o el haber salido ilesa.

Y después de los honores
saltaba al suelo de un brinco
para abrazar a mi público
cada día veinticinco.

Turrón, abrazos y besos,
Barquillos y mazapán.
“Y porque hoy es un gran día,
un dedito de champán…”

Mis recuerdos de Navidad
arrancan con una chiquilla
que, con aires de poetisa,
se subía a una silla.
Safe Creative #1005116265687

domingo, 13 de diciembre de 2009

Si me dices...

Si me dices
que hasta aquí hemos llegado,
te diría
que esperaras la llegada de otro día.

Si me dices
que lo nuestro ya es historia,
te diría
que no quiero ser recuerdo en tu memoria.

Si me dices
que no soy tu compañera de viaje,
te diría
que te pago con mis besos el peaje.

Pero dime lo que piensas.
por favor no te lo calles.
Háblame con la verdad,
no con silencios cobardes.

Y sé valiente conmigo,
atrévete a mirarme
a los ojos mientras dices
que has dejado de amarme.

Si me dices
que ya no seguimos juntos,
te diría
que me muero por seguirte al fin del mundo.

Si me dices
que de mí ya te has cansado,
te diría
que el reposo que preciso está a tu lado.

Si me dices
que no soy lo que esperabas,
te diría
que aún ahora eres cuanto yo soñaba.

Y tan solo mis palabras
no tendrán ningún sentido
si me dices que otras ojos
te cegaron con su brillo.

Me daré la media vuelta,
hablar ya será en vano
pero si dices “lo siento”
responderé que te amo.
Safe Creative #1005116265755

miércoles, 9 de diciembre de 2009

El brillo de sus ojos

Le desesperaba verla así. Sentada en su butaca junto a la ventana y con la mirada perdida en la lejanía, vacía de toda emoción y sin ese brillo que antes, tan fácilmente, asomaba a sus ojos y que a él tanto le gustaba descubrir.
La recordaba tan bonita, alegre y vital, que ahora se negaba a aceptar que sólo fuera una sombra de lo que había sido.
Pero no era el paso de los años, no, con su lógico deterioro físico, lo que la había dejado reducida a casi nada. En absoluto le importaba que hubiera perdido su esbelta figura o la tersura de su piel porque aún ahora al mirarla, inmóvil y distante, le seguía pareciendo tan hermosa como el primer día que la vio No le dolían esas pérdidas, inevitables, que se habían quedado por el camino recorrido juntos. Nada de eso echaba en falta,
Tan solo una única cosa: el brillo de sus ojos, que se había perdido a la vez que perdía, también, su pasado y su identidad. Y sin eso, era como haber perdido su vida.

Estaba preparado para afrontar junto a Rosa la vejez y sus lógicas limitaciones. Incluso había imaginado que se sentirían rejuvenecer al recordar tanta vida compartida, Estaba preparado para todo, menos para esta maldita enfermedad que se había apoderado de ella con una rapidez endiablada. Ni siquiera había podido hacerse a la idea cuando ya Rosa ni siquiera recordaba su nombre. Todos a su alrededor eran extraños a los que miraba con ojos asustados y sólo a veces, por unos segundos, parecía tener un momento de lucidez. Entonces, de nuevo, brillaban sus ojos.
Pero de la última vez hacía ya mucho tiempo.
Ahora la miraba y veía de nuevo esa mujer ágil e inquieta de cuerpo y mente. Devoraba los libros con la misma facilidad con que sonreía cada vez que le descubría observándola entregada a la lectura, recortado su perfil contra ese mismo cristal que ahora la reflejaba lejana y ausente. Cuando no leía, tecleaba frenéticamente en esa vieja máquina de escribir que ahora ya no era más que una pieza de museo. A menudo le preguntaba qué escribía y ella, enigmática, se limitaba a sonreír y decirle: “Nada importante, cariño. Historias que me invento” Y volvía a sumergirse, feliz, en su escritura.

Nunca se le ocurrió indagar a escondidas lo que escribía. Le hubiera parecido una intromisión casi obscena en su intimidad, una muestra de desconfianza que ella no se merecía. Pero algunas veces no podía evitar sentir una punzada de celos, cuando la veía entregada con tanta pasión, porque sabía que en esos momentos Rosa no le pertenecía y que aquellas cosas “sin importancia” por unas horas la alejaban de él
Hoy, día de Navidad, un año más comparte con su familia una deliciosa comida que, esta vez, ella no ha podido preparar. Sentado a su lado, debe hacer un esfuerzo por sonreír y participar del entrañable encuentro, al que Rosa es ajena totalmente.
Risas, brindis y el alboroto de los nietos ante la presencia de los regalos que, bajo el árbol de Navidad, esperan ser abiertos. Le resulta terriblemente cruel saberla tan ausente, abandonada en esa isla perdida que ahora es su mente.
Y en su cabeza aún resuena, como un eco, el sonido de su risa, nerviosa, al abrir los regalos…

Sabe que nada despertará su alegría pero, aún así, le ha comprado un chal de seda, azul como sus ojos, hermosos aunque ya no brillen. Se lo entrega y ella, sin abrirlo, lo mira fijamente. De pronto se levanta y va a su habitación. El silencio reina en el salón y todos se miran extrañados cuando aparece de nuevo con un enorme paquete en sus manos, atado con un lazo rojo y un nombre escrito en el envoltorio.
“¿Quién es Juan?” pregunta mirándolos uno a uno.
Él avanza hacia ella. “Soy yo, cariño, tu marido ¿recuerdas?” Y de nuevo topa con esa mirada suya que tanto daño le hace.
“Entonces esto es para ti” dice entregándole el paquete.
Sorprendido, desata el lazo y rasga el papel. Queda al descubierto una gran caja que abre con manos temblorosas. En su interior, cientos de folios escritos a máquina y una nota de Rosa: “Mi querido Juan, mi amor, si alguna vez abres este paquete será porque yo ya no puedo recordaros. Estaré nadando en las aguas del olvido y mi memoria habrá naufragado. No quiero ser alguien sin pasado, porque de ser así, estaré muerta. No dejes que esta enfermedad me robe el tesoro de mis recuerdos. Aquí está escrita gran parte de mi vida, esas “tonterías” que yo te decía. Léeme un poquito cada día y recuérdame quien soy y como fui. Devuélveme la vida a través de los recuerdos”.

Con un nudo en la garganta, él escoge un folio al azar: “Hoy es Nochebuena y ha nacido nuestro primer nieto. Soy tan feliz que he llorado como una niña. Será, sin duda, el más hermoso de mis recuerdos de Navidad”.
Él la mira con todo el amor de tantos años reflejado en sus ojos y, como si de un milagro se tratara, descubre que en los de Rosa, por primera vez en mucho tiempo, se ha encendido de nuevo el brillo que tanto añoraba.

Safe Creative #1005116265779