sábado, 27 de febrero de 2010

Si se fijara en mí...

Se paraliza su mano,
tiembla la pluma en sus dedos
cuando intenta plasmar
en el papel sus deseos.

Día tras día intenta
que el miedo no le traicione,
que la vergüenza no ahogue
ese raudal de emociones.

Se enfurece cuando piensa
que solo en sueños se atreve
a mirarse en sus ojos
y a decirle que la quiere.

Desde su amor escondido
la observa, cual bailarina,
moverse liviana y sutil
entre mesas de oficina.

“Si se fijara en mí…
pero soy tan poca cosa.
Alguien corriente y normal
y ella es tan hermosa…”

Prisionero es de las horas
que la separan de ella,
desde el viernes hasta el lunes
no hay en su cielo una estrella.

En su eterna indecisión
el tormento dura meses
hasta que un lunes cualquiera
la que ama, no aparece.

Le dicen que se largó
con un tipo impresionante
y el mundo bajo sus pies
de repente se le abre.

“Ni llegó a fijarse en mí…
claro, soy tan poca cosa.
Alguien corriente y normal
y ella era tan hermosa…”

Pasa el tiempo que, muy sabio,
cura un poco su herida.
El fracaso duele menos
pero el corazón no olvida.

Y en una de esas jugadas
magistrales del destino,
al salir de la oficina
se la encuentra en su camino.

Ni rastro de lo que era…
¿Dónde quedó su belleza,
esa alegría en sus ojos,
sus andares de princesa?

La mira por primera vez
sin vergüenza y sin temor
y en un instante le invade,
de nuevo, el antiguo amor.

Reflejándose en sus ojos
enmudecen las palabras.
Pasa un minuto…¿o son horas?
hasta que ella le habla.

“Me conquistó cual trofeo…
aún no sé porque lo hizo.
Luego se olvidó de mí,
tan breve fue el hechizo…

Si supieras cuantas veces
suplicaba tu mirada
Solo en sueños me atrevía
a mirarte a la cara…

Si se fijara en mí…
se cree tan poca cosa.
Para mí es tan especial
y él tan solo me ve hermosa…”
Safe Creative #1005116263836

martes, 23 de febrero de 2010

Mi estrella (al hijo que no nació)

Estabas hecho de pedacitos de sueños compartidos con la luna y cosidos con hilo de esperanza. Estabas hecho de cachitos de presagios y certidumbres que até con una enorme cinta de cariño. Estabas hecho de deseos ocultos y callados, de secretos jamás compartidos por miedo a romper el hechizo. Estabas hecho de ilusiones guardadas en un frasquito escondido en el diván de mi corazón.

Estabas entre esos millones de estrellas que colgaban del cielo y cada noche, como una minúscula lamparita, te encendías iluminando mis impacientes horas de espera.
Como si te acercaras con diminutos pasos, sentía tu destello cada vez más cercano, y yo, intuyéndote ya en mí, te alimentaba en secreto con toda esa ternura desconocida que me invadía y te arropaba con el manto de un amor nuevo que me desbordaba.
Si cerraba los ojos, sabía que brillabas solo para mí.

Vivías ya en mi mente y cuando, al fin, te cobijé en mi vientre, tuve la certeza de que le había robado al cielo una estrella porque el cielo toqué con las manos.
Se obró el milagro de la vida y te la entregué con los brazos y el alma abiertos y tú, sin saberlo, llenaste de magia la mía. Por un tiempo, tu corazón y el mío latieron al unísono y en mis sueños, dibujé tu cara, pronuncié tu nombre y aspiré el olor de tu piel.
Aún siendo poco más que nada ya lo eras todo para mí.

Pero todo el amor que para ti guardaba no fue suficiente para poder retenerte conmigo. Se quebró la magia, se apagó tu luz y tú, mi estrella bajada del cielo, dejaste de brillar para siempre.
El frasquito de mi corazón se rompió en mil pedazos, la pena me anegó el alma y lloré todos los besos que ya nunca te podría dar con lágrimas amargas que sabían a esperanza rota y a sueño perdido para siempre. Mis manos, aún sin haberte llegado a tocar, jamás estuvieron tan vacías.
Los días se hicieron noche y las noches se volvieron negras, frías y oscuras. Faltabas tú para alumbrar el cielo. Y sin ti, no había cielo.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que volviera a encontrarte en el firmamento, para que reconociera el fulgor de tu brillo y para que comprendiera que ese es el lugar que le corresponde a las estrellas, diminutas lamparitas que alumbran las noches y escuchan nuestros deseos. Y allí habías vuelto tú para escuchar el mío y para convertirlo, al fin, en una maravillosa realidad.

Tú fuiste mi sueño inalcanzable, mi estrella fugaz. Pasaste por mi vida como un soplo, fuiste parte de mí por un brevísimo espacio de tiempo pero me dejaste, para siempre, la huella de tu paso y el brillo, fugaz, de una estrella.

Safe Creative #1005116263997

lunes, 8 de febrero de 2010

Hasta pronto...

Me tomo un breve descanso,
me marcho de vacaciones...
Dejo el blog en buenas manos;
las vuestras, mis seguidores.

En una semana vuelvo
a jugar con verso y prosa
para contaros de nuevo
pequeñas y grandes cosas.
Safe Creative #1005116264031

domingo, 7 de febrero de 2010

Locura y razón

Mil motivos se me ocurren para odiarte
y otros mil para no vivir sin ti.
Si te pienso desearía despreciarte,
si te olvido muere cuanto hay en mí.

Sabes bien que eres mi única moneda
con su cara pero también con su cruz.
La cara, el brillo de tu piel de seda.
La cruz, cuando me niegas esa luz.

En un loco desvarío estoy viviendo.
Ni contigo ni sin ti. La sinrazón.
Tan absurdo como es el vivir muriendo
es morir por conquistar tu corazón.

No hay antídoto al veneno de tus besos.
Como droga, este amor crea adicción.
El deseo ha calado hasta mis huesos
y me arrastra con la fuerza de un ciclón.

Más que inútil es que apele al buen juicio
y suicida que me entregue a este amor.
Sé que amarte es lanzarme al precipicio
Para dejarte, me falta todo el valor.

Es mi corazón el campo de batalla
de una lucha entre locura y razón.
Una me habla cuando la otra se calla
y esta guerra ya no admite rendición.
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jueves, 4 de febrero de 2010

Es bueno darse cuenta...

Algunas cosas que pueden sucederte un día cualquiera…

Quedar para comer con tu mejor amiga, a la que no ves desde hace muchos meses.
Darse cuenta de que has escogido el peor día del mes porque amenaza lluvia.
Aprovechar que tienes la mañana libre para ir a la peluquería.
Darse cuenta al salir de casa de que, efectivamente, has escogido el peor día porque ha empezado a llover.
Irte a tomar un café con leche antes de entrar en la peluquería, ya que has llegado con diez minutos de antelación.
Darse cuenta, una vez apurada la última gota, de que no llevas ni un céntimo en el monedero.
Muerta de vergüenza, comentárselo a la camarera y jurarle por lo más sagrado que corres hacia el cajero más cercano.
Darse cuenta de que justo en ese momento entra en el bar tu peluquero a tiempo para oír la segunda parte de la conversación.
Salir volando hacia el Banco más cercano para sacar dinero.
Darse cuenta de que ninguno de los dos cajeros automáticos funciona.
Ponerte al final de una larguísima cola para que te atienda uno de los dos empleados.
Darse cuenta de que uno de los empleados se va a desayunar.
Maldecir el momento en que se te ha ocurrido tomar un café con leche.
Darse cuenta de que la cola no avanza y de que ya llegas con retraso a la peluquería.
Conseguir, finalmente, el dinero y salir como alma que lleva al diablo hacia el bar, rezando para que el peluquero ya no esté.
Darse cuenta de que el peluquero todavía está.
Pagar la deuda con el mayor disimulo posible.
Darse cuenta de que el bar se ha quedado en silencio justo en el momento en que la camarera dice: “me lo hubieras podido pagar otro día…”
Salir disparada hacia la peluquería donde hace ya veinte minutos que te esperan.

Aquí no te das cuenta de nada porque todo va bien.

Recién peinada y antes de marcharte, tener la urgente necesidad de ir al baño.
Darse cuenta de que te has equivocado de puerta y te has metido en el almacén.
Entrar en el sitio correcto, desanudarte la bata que llevas puesta y sentarte en el lavabo mientras te miras en el espejo lo guapa que has quedado.
Darse cuenta al levantarte de que has metido en el lavabo el cinturón de la bata y de que lo sacas chorreando.
Buscar desesperadamente papel higiénico para secarlo.
Darse cuenta de que tú has terminado el rollo y no hay más.
Secar el cinturón como buenamente puedes con la toalla y salir del baño intentado esconderlo en uno de los bolsillos de la bata.
Darse cuenta de que la peluquera que te ayuda a quitarte la bata saca el cinturón del bolsillo.
Ver de reojo su cara antes de salir a la calle y jurarte no volver a la peluquería en tres meses.
Darse cuenta de que con la humedad de la lluvia, el peinado te ha durado cinco minutos y tu pelo está empezando a encresparse.
Llegar al lugar de encuentro con tu amiga.
Darse cuenta de que no está.
Dejar pasar unos minutos y llamarla por si no tiene claro donde habéis quedado.
Darse cuenta de que ella lleva rato esperándote y de que eres tú la que no lo tiene claro.
Dirigirte al sitio correcto y encontrarte, finalmente, con ella.
Darse cuenta de lo buena amiga que es cuando te dice que estás guapísima con ese peinado que, a esas alturas, ya ha llegado al punto máximo de encrespamiento y se asemeja a una escarola.
Y, por fin, darse cuenta de que, a pesar de todo y como siempre, el encuentro ha sido encantador y juntas os habéis echado unas buenas risas a tu costa.

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