miércoles, 23 de febrero de 2011

Todo y nada

Sin saberlo, fuiste todo.
Epicentro de mi vida,
la pasión casi suicida,
blanca luz y negro lodo.

Mucho dí a cambio de nada
creyendo en lo imposible,
presenciando el desfile
de vacías madrugadas.

Envuelto para regalo
te ofrecí mi cariño
con la inocencia de un niño
que desconoce lo malo

que esconde un corazón
egoísta y mezquino,
con la astucia de un felino
y la maña de un ladrón.

Te hiciste señor y dueño
de mi amor mientras yo, ciega,
desperdiciaba en mi entrega
irrecuperables sueños.

Tú, inalcanzable y lejano.
Yo, perro fiel, a tu lado
vivía por ser de tu agrado
y de amor moría, en vano.

Fui pañuelo de tu llanto,
bálsamo de tus heridas,
por ti olvidé mi vida
y a quien me quería tanto.

Espinas en mi corazón
y en tu boca miel y engaños.
Tras un fantasma mis años
perdí y dejé atrás la razón.

Espejismo en el desierto,
fuego fatuo en la noche.
Te seguí sin un reproche
en pos de un futuro incierto.

Pero el amor agoniza
y de inanición se muere,
si uno ama y otro quiere
el fuego acaba en cenizas.

Y en el vértice de un beso,
punto y final con rencor,
supe encontrar el valor
para iniciar el regreso

a mi punto de partida
y a rescatar mi cordura.
Pagué cara la factura
de ser juguete a escondidas.

Maltrecha y derrotada,
lamiéndome las heridas,
descubrí que, aún vencida,
yo fui todo y tú, nada.

Borraría en mi memoria
este capítulo amargo.
Me dueles y, sin embargo,
formas parte de mi historia.
Safe Creative #1102238564213

viernes, 18 de febrero de 2011

Amar o querer

Ni en sueños me consideres
premio o trofeo ganado.
No puede ser conquistado
lo que a nadie pertenece.

El amor no es esclavo,
ni lacayo, ni sumiso.
Ni ha de pedir permiso
para ir a ningún lado.

Libre es, y agoniza
si quieres echarle redes
y muere entre cuatro paredes
de soledad y de asfixia.

Como propiedad me quieres
y el amor no es pertenencia.
Tiene alas en su esencia
y se entrega libremente.

Ámame y no me quieras,
da tu amor sin condiciones
y el mío, no lo aprisiones.
Sé valiente y dale cuerda.

Deja que sea cometa,
no impidas mi viaje al cielo
ni tires del hilo en mi vuelo.
Espera, confiado, mi vuelta.

No me oprimas ni encarceles
pues solo ganarás mi huida.
Dí antes de entrar en mi vida
si me amas o me quieres.
Safe Creative #1102238564237

martes, 15 de febrero de 2011

Una muerte lenta

Debo confesarlo. Yo también formé parte del pelotón de fusilamiento. Fui, sin saberlo, una más de los miles y miles de verdugos que terminamos con ellos.
Pero lo peor de todo fue nuestra crueldad. No les dimos una muerte rápida y digna, sino que los matamos lentamente, poco a poco y día a día. Hicimos oídos sordos a sus súplicas y les dejamos morir.
Fui consciente del exterminio cuando ya, prácticamente, no quedaba ninguno.
Todos, uno a uno, fueron desapareciendo de mi calle, de mi barrio, de mi ciudad. Hoy quedan solo unos pocos, supervivientes que malviven y que ven su fin inexorablemente cerca. Agonizan y ya no puedo hacer nada por ellos porque yo también soy cómplice de su desaparición.
Un día fue el tendero, ese hombrecillo de sonrisa perenne que, como por arte de magia, parecía multiplicarse por mil para atender a toda la clientela.
Le llenaban la tienda, pero él nunca perdía la sonrisa ni los nervios. En la espera, sus clientes entablaban animadísimas conversaciones y hasta se olvidaban de su turno. Sin saberlo, era el punto neurálgico de la vida social del barrio.
Hoy ya no debo hacer cola para comprar en un pequeño local abarrotado de gente, porque me muevo por espacios amplios y luminosos.
Sin embargo, nadie se detiene a charlar conmigo ni, mucho menos, me regala una sonrisa.
Otro día fue la panadera, esa mujer rechoncha y de rojos mofletes que, para hacer más dulce mi espera hasta que el pan saliera del horno, me obsequiaba con una chocolatina. Mientras la saboreaba, me envolvía el olor a pan tierno y caliente que, una vez en mis manos, me quemaba.
Hoy ya no me quemo los dedos. El pan que compro hace ya horas salió del horno industrial y viene higiénicamente envasado en una bolsa de plástico.
Y, evidentemente, ya nadie me regala una chocolatina.
Más tarde fue el lechero, hombre altísimo y extremadamente delgado. Su piel era tan blanca como la leche que, recién ordeñada, me llevaba a casa en un recipiente de metal. A través del aluminio podía sentir en mis manos su tibieza.
No provenía de granjas en verdes prados ni era transportada a diario hasta la tienda porque, simplemente, las vacas ya estaban allí. Mejor dicho, en la trastienda, donde hacían su trabajo, que era dar leche. Si estiraba un poco el cuello, podía verlas.
Hoy la compro pasteurizada, homogeneizada y, si quiero, con la cantidad de grasa, calcio y vitaminas que me interese. Es leche a la carta. Pero ya no percibo a través del tetra brik su tibieza.
Posiblemente he ganado en higiene, pero ya solo veo a las vacas en el dibujo del envase.
Luego le siguió el bodeguero, un hombre de perpetua cara sonrosada y de aspecto bonachón. Con una precisión casi matemática, mezclaba distintos tipos de vino para obtener el resultado deseado por el cliente. Rodeado de decenas de toneles de roble, se movía entre ellos con la soltura que da la profesionalidad y la satisfacción de quien sabe que hace bien su trabajo. Siempre pensé que esos toneles eran para él parte de su familia. En más de una ocasión, incluso, le vi acariciarlos furtivamente.
Ahora compro el vino embotellado y sé que nunca me llevaré sorpresas al saborearlo, pues una etiqueta me indica claramente qué tipo de vino es. Ya no hay lugar para la incógnita ni para ese alquimista, porque el vino se envasa de forma mecánica y precisa en una planta embotelladora.
Pero estoy convencida de que en esa planta, nadie acaricia las botellas como el bodeguero acariciaba sus toneles.
Y así, una larga lista de pequeños comerciantes que, uno a uno, fueron cayendo víctimas de nuestro olvido. El carnicero, la pescadera, el frutero…
Los ajusticiamos dándoles la espalda en aras de la comodidad, la prisa y le economía.
Hoy los busco con nostalgia por mi barrio, cuando me dirijo al supermercado, al hipermercado, a las grandes cadenas de alimentación, a las grandes superficies o a los centros comerciales.
Allí, una entre miles, me dejo llevar por las ofertas del “pague dos y llévese tres”, las marcas blancas, los anuncios por megafonía de lo que es imprescindible comprar y por los cheque descuento en la próxima compra.
Montañas de productos están al alcance de mi mano y nunca falta de nada. Bajo frías luces de fluorescentes, casi cegada como mariposa que revolotea alrededor de la luz, voy llenando mecánicamente el carro de la compra. Pago a una aséptica y distante cajera con la que cruzo un “hola” y un “adiós” y me voy del hipermercado sin haber intercambiado una sonrisa con nadie.
Con la cesta llena, el bolsillo medio vacío y la conciencia que me señala con el dedo.
He hecho una buena compra, no hay duda. Pero a cambio de venderle, hace tiempo, mi alma al diablo.

Safe Creative #1102158497882

miércoles, 9 de febrero de 2011

El significado de todo

No fue una coincidencia,
tampoco casualidad,
ni pirueta de la suerte
o del azar, frivolidad.

Con roja tinta indeleble,
en el libro del Destino,
se escribió que se cruzara
con el mío, tu camino.

Y sin saber de las vueltas
que da el carrusel de la vida,
envuelta en su torbellino
giré y giré, enloquecida.

Sentí el vértigo en la sangre,
del miedo el escalofrío,
el corazón vagabundo
y el alma llena de vacío.

Tuve que llorar mil mares
y beberme gota a gota
de la copa del fracaso,
destilada, la derrota.

Fue preciso naufragar
para llegar a buen puerto
y para calmar mi sed
cruzar a pie el desierto.

Y sangrar con las espinas
para acariciar la rosa
y aprender con las caídas
a ponerme en pie, orgullosa.

Cada traspié era un paso
hacia el cruce de caminos,
con cada salto al vacío
me tendía la red el sino.

Y en él me esperabas tú
para andar codo con codo.
El motivo escondido,
significado de todo.

Respuesta a mis preguntas,
la meta en mi carrera,
descanso a mi fatiga
cual rellano en mi escalera.

No fue una casualidad
ni un encuentro fortuito.
En mayúsculas tu nombre
el Destino había escrito.
Safe Creative #1102108468849

jueves, 3 de febrero de 2011

Con mesura

Bésame en justa medida,
ni poco ni en exceso
y no malgastes tus besos
que aún nos queda mucha vida.

Regálame los precisos,
que yo sabré apreciarlos
si en tus labios, al darlos,
saboreo el paraíso.

Sé distinguir la pasión
de lo que es pura rutina
que es, del amor, asesina.
Besa, pues, con convicción.

Los besos de compromiso
escóndelos bajo llave
hasta que el deseo, suave,
te invada sin previo aviso.

Entonces será el momento
de que les des rienda suelta.
Serán besos de ida y vuelta
y exentos de cumplimentos.

Los que son canela fina,
aquellos que no se olvidan
y que a otros más convidan,
guárdalos cual golosina.

Por si nos vienen mal dadas
y andamos pobres de besos
o no salimos ilesos
del tedio y sus dentelladas.

Haz que me embriaguen, amor,
como aquel del primer día.
Cóctel de miel y ambrosía
del que aún guardo el sabor.

Bésame, pues, con mesura.
Me basta un solo beso
si me lleva al embeleso
y después, a tu cintura.
Safe Creative #1102038414626