miércoles, 2 de septiembre de 2009

Una noche de habaneras

Estamos de Fiesta Mayor en el barrio donde nací. Un barrio de Barcelona en el cual sus habitantes se niegan a perder sus tradiciones y cada año se esmeran en mantener vivo el espíritu popular de la Fiesta Mayor. Son fiestas que se viven en la calle, fiestas en las que te reencuentras con lejanos familiares, con antiguos vecinos… fiestas en las que no puede faltar, tratándose de Catalunya, el broche final con una cantada de habaneras.
Bien, pues allá que me dirijo yo con la sana y patriótica intención de corear viejas canciones populares que hablan del mar, de los marineros, de la guerra y, como no, de amores y desamores.

La actuación, como todas las actividades de las fiestas, tiene lugar al aire libre. Es una hermosa noche de verano, hay jolgorio en las calles engalanadas con banderitas de colores, escucho la música de las calles vecinas…Pienso que el marco es perfecto y me dirijo hacia la parte de la calle donde está el acceso al espacio para el concierto. Al momento cambio de opinión. Falta todavía una hora para que dé comienzo y ya la gente empieza a amontonarse junto a dicho acceso a fin de poder conseguir un asiento. Si pretendo tener uno para mí, está claro que debo guardar cola pacientemente por lo cual, cívicamente, me coloco al final de la misma y espero. Y empiezo a calcular. Ciento veinte sillas para todos los que somos me presagian que aquello va a ser una merienda de negros. Y efectivamente es así. A medida que se acerca la hora de apertura de la entrada, la cola empieza a perder su uniformidad y se convierte en una masa de personas que, empujada por las prisas y los nervios, va apelotonándose en la entrada. Como en todas partes, aparecen los listos de rigor que, pensando que el resto somos idiotas, deambulan discretamente cerca de la entrada y, al menor descuido, ya se han colocado en ella como quien no quiere la cosa.
Gritos y abucheos a los listillos de turno y a la Organización del evento. Señoras que se quejan y señores que reniegan. En esto, que se abre el acceso. Como era de esperar, sin prisa pero sin pausa nos metemos todos dentro, todos los que cabemos, claro, y aposentamos nuestros traseros tan firmemente como podemos en las sillas, no sea caso de que al menor descuido nos encontremos sentados en el suelo.

Una vez tengo asegurada mi silla, miro a mi alrededor y el panorama me dice que va a ser una hora y media de lo más distraída. En la fila de enfrente, tres orondas señoras de edad indefinida cuyo único propósito ha sido el asistir a la actuación para hablar de sus cosas. No importa si lo hacen en las pausas o mientras cantan. Todavía enfrente, pero justo a la derecha de las tres señoras, una pareja tan embelesada con las canciones que hasta el respirar de los vecinos les molesta.
En mi fila, y a mi derecha, una señora que ha venido sola pero que parece lo hubiera hecho con veinte, pues mantiene un diálogo con una persona inexistente y, cuando lo cree oportuno, que es siempre, interviene en las conversaciones ajenas. Del diálogo con la persona invisible he sabido que tuvo una caída y tiene los riñones hechos polvo, que el grupo nunca empieza puntual, que se sabe de memoria el nombre de cada uno de los componentes, que ni loca les comprará un CD a la salida, que las tres señoras de enfrente son unas pesadas (en eso estoy de acuerdo con ella) y que su vecina del segundo seguro no habrá podido asistir porque ya está muy mayor. En la fila trasera dos señoras más, parece ser que muy duchas en habaneras, porque al margen de que todas las conocen, sin ningún rubor las cantan a voz en grito, de lo cual mi oído y el de otros presentes se resiente enormemente. Y a mi izquierda Joan que, como yo, tiene la sana intención de disfrutar del acto. Sí, sí…

Y empieza la cantada al mismo tiempo que todos los personajes entran en acción. Las tres de enfrente, a la primera nota musical, comienzan con su charla. Charla que va acompañada de movimientos rítmicos al son de la música pero que, en ningún caso, consiguen hacerlo al unísono. La de la izquierda va hacia la derecha, la de la derecha hacia la izquierda y la de en medio, a falta de espacio físico para moverse, acompaña el ritmo con palmas. Como no, desacompasadas. A pesar de tan frenética actividad, la charla no cesa y la pareja de su derecha empieza a llamarles la atención pidiéndoles que se callen, cosa que ellas ignoran totalmente.
La de mi derecha, la del interlocutor inexistente, comenta en voz baja, eso sí, que al que canta lo conoce desde niño y que le duelen los riñones de la caída que tuvo. Ya es la quinta vez que lo comenta. Y las de atrás siguen entusiasmadas con sus cantos desafinados.
Así, y haciendo esfuerzos sobrehumanos para concentrarme, llegamos a la media parte.
Las de delante se levantan raudas y veloces a la busca del típico ron “cremat”, cosa que es de agradecer para los sufridos vecinos de silla. La de mi lado hace lo mismo, sin dejar de seguir hablando, creo que esta vez de la vecina muy mayor que no pudo asistir. Joan va a buscar un ron para mí y yo, aprovechando la pausa y que estamos al aire libre, enciendo un cigarrillo.
Y entonces entra en acción una de las señoras de detrás, creo que la de los gorgoritos más agudos. Me dice, con unas formas tan malas como sus cantos, que ella no tiene porque fumar de mi cigarrillo.

Me quedo tan sorprendida que mi primera reacción es mirar si todavía el cigarrillo está en mi mano o, sin darme cuenta, lo he puesto en su boca. Pero ya veo que no. Sigue en mi mano solo que, debido a una leve brisa, el humo toma la dirección de su cara que, roja por la ira y a varios metros de mí, apenas es rozada por el humo. Le contesto que, sintiéndolo mucho, todavía no tengo la facultad de poder redireccionar el sentido del viento. Parece que no le gusta tan lógica respuesta y sigue insistiendo. Yo no debería fumar en un sitio así, me dice. Y yo, de nuevo, me quedo atónita. Qué es exactamente “un sitio así”? No estamos al aire libre? O es que durante la actuación, obnubilada por mis peculiares vecinos de silla, me he perdido el que le han puesto techo a la calle? No. Sigo estando en la calle, al aire libre y con una agradable brisa nocturna.
Ya de peores modos, le digo que ella no es nadie para decirme donde debo fumar y donde no, y mucho menos estando como estamos al aire libre. Abre la boca, supongo que para decirme de todo menos “guapa” pero harta ya de escuchar sandeces, opto por darme media vuelta y, evidentemente, seguir fumando mi cigarrillo.
Llega Joan con el "cremat", que está delicioso, y el calorcillo me alegra un poco la noche que está siendo nefasta. Vuelven las tres de delante, la del lado y empieza la segunda parte, que no deja de ser más de lo mismo. Las tres que no callan ni paran quietas, los del lado chistando para que callen, la de mi derecha hablando del CD que no comprará y de la vecina muy mayor, las de atrás con sus gorgoritos y yo, muy a mi pesar, mirando el reloj esperando que tal tortura llegue pronto a su fin.

Y llega. Como era de prever, las tres de delante saltan escopeteadas sin siquiera esperar oír nuestro himno nacional, porque maldito el interés que tienen. La de mi lado se marcha, esta vez hablando de nuevo de sus riñones, las de detrás me miran airadas cuando paso por su lado (a punto estoy de encender otro cigarrillo) y yo me voy pensando que lo que mal empieza, mal acaba. Hasta que llego al bar más próximo, me pido un bocadillo de tortilla y una cerveza y la vida, de nuevo, vuelve a ser bella.

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6 comentarios:

Tatiana Aguilera dijo...

Ja ja, amiga mía, vaya, pero si que describes a la perfección los detalles, las anécdotas, los pueriles personajes...Siempre he pensado que tienes un don innato para contar las pequeñas grandes cosas. Si sigues escribiendo de ésta manera, tal vez termines en un libro autobiográfico...Fue un placer compartir tu noche de habaneras, con personajes fuera de lugar, pero por último esa tortilla y ese ron supieron a cielo...
Cariños, desde un soleado Santiago de Chile

Tatiana

Pilar dijo...

Lo malo de estas cosas es que casi siempre se nos ocurren las respuestas pasado un rato, no en caliente, porque era para decirle, Sra, y yo tengo que aguantarla a usted que no calla! tampoco tendría que ir usted a "sitios asi" porque molesta a todo el mundo, jajaja. Hay que ver, que intransigentes son algunas personas.

Un beso.
Pilar.

Mª Rosa dijo...

Jajajajajaja me he reído un montón con tu relato y que verídico es, conforme lo iba leyendo me estaba acordando de casos muy similares que he vivido yo, esas personas las hay en todas partes y lo de colarse en las colas, que te voy a contar, hay gente con mucha cara. Como todo lo que escribes, bueno, bueno, bueno.

Un abrazo y feliz fin de semana.
Mª Rosa

PD Nuria ¿que día cumples los años? Dices que en el mes de diciembre pero no dices el día, es que yo también los cumplo en diciembre el día 16 y mira tú que también diera la casualidad de que los cumplas ese mismo día.

Núria dijo...

Ay, Mª Rosa...me lo tomé con filosohía, que es como hay que tomarse la mayoría de las cosas, pero la verdad es que entre la una y la otra me fastidiaron bien el concierto...::
En cuanto a lo del cumpleaños...pues por pocos días! Los cumplo el 31 de Diciembre...jajaja...ya ves, de campanada, no??..jaja...
Por cierto, dónde sale lo del mes??? Mira que he mirado en mi perfil y por ahí no aparece...
Gracias por tu visita, guapetona. Un besote!
Núria

Anónimo dijo...

Nuria, lo dices en tus datos personales, dices que naciste el último día del año, ahora al volverlo a leer me he dado cuenta de que dices el día y no el mes y fíjate que yo creí leer que era el último mes del año. Bueno, por unos diítas tan solo.

Un abrazo
Mª Rosa

Núria dijo...

Es verdad, Mª Rosa...me estab volviendo loca buscándolo por otro lado y resulta que lo escribí yo misma en mi presentación...jaja...
Se me vá la olla...:)
Bueno, ahora ya sé cuando felicitarte! Un abrazo!
Núria