lunes, 30 de noviembre de 2009

Mi primer viaje a París

A mis 18 años, mi concepto de la libertad se resumía en dos cosas. Viajar sola al extranjero y tener lo que la dictadura franquista nos negaba, que no era poco. Con el paso de los años, descubrí que la libertad va mucho más allá de esos dos deseos, pero por aquel entonces me conformaba con alcanzar esas dos cosas. O, al menos, una de ellas.
La primera la conseguí en el verano del 74. Para la segunda todavía tuve que esperar un año más.
Viajar a París se me antojaba, entonces, no solo mi primera señal de independencia, sino también salir al mundo, ese mundo del que el régimen represor pretendía mantenernos apartados. Era cruzar la frontera que nos separaba de Europa, en todos los sentidos, y respirar los aires de libertad que aquí se nos negaban. París no solo era el Sena y la Tour Eiffel. Era, además, la aventura, el romanticismo, la libertad de expresión, la cultura, la tolerancia… En definitiva, a mis 18 años, era para mí respirar el aire fresco de la libertad.
Y además, ideales aparte, tenía un novio recién estrenado.
¿Qué mejor lugar, pues, para escaparse unos días? Todo se vislumbraba maravilloso, seductor, atrayente como lo son las cosas que se hacen por primera vez,
Sólo había un pequeño obstáculo que salvar. Pequeño pero importante: mis padres.

Nunca me habían sometido a una vigilancia estricta, a un control férreo, ni siquiera siendo más joven. Por el contrario, eran más bien bastante permisivos conmigo, especialmente mi padre. Confiaban en mí y me iban aflojando la cuerda a medida que me crecían las alas. Aún así, actuaban con la cautela propia de quien tiene a una hija adolescente y, todo sea dicho, bastante alocada.
Así lo entiendo ahora pero entonces, el pretender que aceptaran de buen grado mis intenciones, me parecía exigirles demasiado. Y aún sabiendo que hubiera podido recurrir a mi mayoría de edad, tomé la opción más segura pero también la menos correcta… mentir.
Papá, desde allá arriba, donde seguro estás, espero me lo hayas perdonado… Estoy casi convencida de que ya te lo imaginabas ¿verdad? Lo leía en tu mirada, tan transparente, que nada podía ocultar.
Mamá, tú te hubieras puesto hecha una furia, que te conozco…
Pero, dime… ¿acaso tú no tuviste una vez también 18 años?
Y esta fue la mentira. Donde éramos dos dije, simple y llanamente, que éramos siete. Evidentemente, tuve mucho cuidado en no mencionar números pares…
Y fue tanta mi insistencia y tanto el entusiasmo que les transmití que, una vez escuchadas en silencio todas sus advertencias y recomendaciones, asintieron.
Salvado el primer obstáculo venía el segundo, que era evitar a toda costa que me acompañaran a la terminal del autocar en el que viajábamos.
Para ello, recurrí a las ya tan socorridas frases como “ya soy mayor”, “no os molestéis”, “a nadie les acompaña sus padres” …
No sé si los convencí o accedieron por puro agotamiento, pero el caso es que lo conseguí.
Segunda prueba superada.

Y así, salvados todos los obstáculos, una calurosísima tarde de Agosto mi novio y yo, mochila al hombro, tomábamos asiento en dos estrechos e incomodísimos asientos de un autocar, entre cuyos servicios no incluía el aire acondicionado, dispuestos a compartir sudores y kilómetros con otras cincuenta personas más.
No sé exactamente porqué sucedió, pero ocurrió lo que menos previsto estaba. Quizás fueron los nervios, quizás mis alteradas hormonas ante la excitación del viaje, quizás me fallaron los cálculos, a pesar de haberlos hecho tan meticulosamente, pero el caso es que, justo al arrancar el autocar, unos terribles y familiares dolores de vientre hicieron su aparición, aumentando en intensidad a medida que abandonábamos la ciudad.
Dios mío… me resultaban tan conocidos de una vez al mes, que no tuve duda alguna. Esa señal inequívoca de mi condición de mujer había entrado en escena, provocándome un dolor hasta las nauseas y dejando su tarjeta de visita en forma de una escandalosa mancha en mi recién estrenado tejano.
Una chaqueta atada a la cintura, papel higiénico y las servilletas de papel de las áreas de servicio en las que fuimos parando hicieron su función salvadora hasta llegar a destino. Ni que decir tiene que la noche resultó interminable. Sudorosa, mareada, sucia y sin apenas dormir...
La verdad es que no era un buen comienzo.

Pero como todo llega, a veces incluso cuando menos se espera, también llegamos, por fin, a la Ciudad de la Luz. Yo, casi un deshecho humano, olvidé mi agotamiento en cuanto pisé el suelo de París.
Presurosos, nos dirigimos hacia el hotel donde nos íbamos a alojar, en pleno corazón del Barrio Latino. En mi imaginación me veía ya rodeada de filósofos existencialistas, pintores de vida bohemia, escritores sentados en un bistrot a la espera de la inspiración y frente a una copa de pastís…
Todo esto y mucho más pasaba por mi cabeza mientras soñaba con una buena ducha, ropa limpia y lanzarme a patear la ciudad. Y llegamos al hotel.
Solo con verlo supe que me encontraba ante la segunda cosa que iba mal.
Lo habíamos imaginado sencillo, puesto que la categoría de una estrella no podía dar para mucho. Al entrar, sin embargo, me di cuenta de que la estrella debía ser fugaz y se encontraba lejos de allí, porque aquello, de hotel, solo tenía el rótulo luminoso.
De cinco estrellas, eso sí, era la calificación que se merecía por la cantidad de mugre que se almacenaba en todos los rincones.
La habitación era una especie de zulo, cuyo único lujo era un balcón, con vistas a la calle más concurrida del barrio. Lástima que tenía un pequeño inconveniente…era imposible de abrir.
La ducha, comunitaria, un habitáculo inmundo en donde apenas se podía entrar. Maloliente, sucia y con los desagües embozados con restos de comida que, para más de algún coleóptero que por allí campaba a sus anchas, debían representar todo un festín.
Aún así, obviando las más elementales normas de higiene que me aconsejaban no poner el pie en semejante sitio, me armé de valor y tomé la ducha soñada con la rapidez de un rayo y el total convencimiento de que aquella ducha, más que limpiarme, me ensuciaba todavía más.

Pero 18 años y París son más que suficientes para recuperar la vitalidad y refrescada, que no limpia, nos lanzamos a la conquista de la ciudad.
Y París me conquistó a mí.
Todo, absolutamente todo, me fascinaba. Atravesamos la ciudad de punta a punta, desde los barrios más “chic” hasta los más sórdidos. El famoso dicho de “allí donde fueres, haz lo que vieres” nos vino de perlas para colarnos varias veces en el metro, medio de transporte gratuito para la inmensa mayoría de usuarios que, mediante un atlético salto, accedían al andén con total tranquilidad…
Salíamos de los museos para mezclarnos con el ambiente cosmopolita de la ciudad. No queríamos perdernos ni un detalle, no queríamos dejar ningún rincón por visitar. Mi cámara fotográfica echaba humo, igual que nuestros zapatos al final del día… ¡Estaba entusiasmada! No solo por la belleza de la ciudad, sino también por esa sensación de total independencia que creo sólo se vive tan intensamente a esa edad.
Por la noche, con nuestro fogoncillo de gas, nos preparábamos una deliciosa sopa de sobre en la habitación donde, a pesar de estar totalmente prohibido cocinar, el aroma a más sopas de sobre proveniente de las habitaciones vecinas, nos confirmaba que no éramos los únicos en utilizar el zulo con fines culinarios.
Y a pesar de lo precariedad del hotel y de nuestros escasos recursos económicos, París me parecía maravilloso.
Al tercer día me robaron.

Mejor dicho, tuve uno de mis habituales descuidos y alguien, amigo de lo ajeno, sencillamente aprovechó la ocasión.
Cargaba siempre en la mochila con un canguro por si llovía y que, como suele suceder, no me había hecho falta porque había lucido un sol radiante todos los días. Más que por previsora, que nunca lo he sido demasiado, por cuestión sentimental, pues era un regalo reciente de mi también reciente novio.
Ese día, en un descanso de nuestros kilométricos paseos, nos sentamos en un banco. Poniendo orden en mi mochila, lo saqué y me olvidé de guardarlo de nuevo. Un minuto más tarde, solo uno, y ya en marcha, me percaté del olvido. Corrimos como locos hasta el banco. Ya no estaba.
No estaba porque lo llevaba puesto un tipo que, supongo que satisfecho con su hallazgo, lucía muy ufano mi querido canguro. Ni su corpulencia ni su cara de pocos amigos me echaron atrás y, sin pensarlo dos veces, me lancé hacia él con la intención de recuperar lo que era mío pero mi novio, algo más sensato que yo, me sujetó del brazo y me aconsejó que era mejor perder un canguro que perder algún diente…
Recapacité y decidí perder el canguro.
Al día siguiente llovió.

Y me empapé de lluvia y de París hasta la médula. Fueron seis hermosos días de total libertad, de feliz agotamiento…Visité todas las librerías del Barrio Latino, descubriendo un gran número de libros prohibidos por la dictadura en mi país. Subí, como no, a la Tour Eiffel, tuve frente a mí la enigmática sonrisa de la Monna Lisa, me hipnotizó el ambiente barriobajero de Pigalle, me extasié observando a los pintores de Montmartre…
Sentada en las escaleras del Sacré Coeur, y con la ciudad a mis pies, escribía a mis padres: “Estamos muy bien y todo es precioso. Los siete (remarqué de nuevo la cifra impar) lo estamos pasando de maravilla. Besos”.
Y un gusanillo de culpabilidad me cosquilleaba en la conciencia…
Nunca lo supieron, o al menos eso me hicieron creer. Pero ya de regreso a casa, esa sonrisa medio burlona de mi padre y su poca insistencia por ver las fotos del viaje me confirmaron que, más que haberles engañado, ellos se habían dejado engañar…

He vuelto a París otras muchas veces. En otras circunstancias, por otros medios y con otras personas. La más importante para mí fue la última, pero ésa, la primera… ésa la guardo en mi memoria con todo el cariño con que se guarda el recuerdo de las primeras cosas, de las primeras experiencias.
Fue la que marcó el inicio de mi esperada independencia, despertó en mí ese espíritu viajero que nunca más me ha abandonado y me confirmó que, no siempre, lo que mal empieza mal acaba.

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18 comentarios:

Tatiana Aguilera dijo...

Núria:
Mi querida amiga, claro que tus padres siempre lo supieron, si ahora que nosotros somos madres, sabemos que nos basta mirar a nuestros hijos para saber que nos están mintiendo, y que aún sabiendo que estamos siendo burlados,nos callamos para dejar que ellos crezcan...En todo caso amiga mía, creciste, conociste Paris,y tienes historias para contar a tus futuros nietos...
Un beso para ti amiga mía, buen relato.

Núria dijo...

Amiga mía, el que elos me hicieran creer que podía mentirles lo ví, más tarde, como una prueba de amor, al anteponer mi ilusión a lo "políticamente correcto"...
Gracias por tu visita, amiga!
Núria

Mª Rosa dijo...

Bonita experiencia, con 18 años todo te ilusiona, tuviste suerte de tener unos padres tan comprensivos, vivimos una época de mucha represión y sobre todo para la mujer, ahora parece que todo está tan lejano en el tiempo. La libertad es el mayor tesoro que tenemos las personas.

Me ha encantado el relato, fuiste muy valiente y tus padres seguro que al verte a ti disfrutarlo ellos también lo disfrutarían, porque eso es lo que nos pasa a los padres, queremos ver a nuestros hijos felices.

No conozco Paris, pero a través de tus ojos me has trasmitido sensaciones que me han dejado con unas ganillas de visitarlo... ya veremos si no nos animamos para el próximo verano.

Un abrazo Nuria.
Mª Rosa

Mª Rosa dijo...
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Mª Rosa dijo...

Nuria no se que me ha pasado que he puesto el mensaje dos veces, por favor borra uno; gracias
Mª Rosa

Núria dijo...

Querida Mª Rosa, visita París si tienes oportunidad. Estoy convencida de que te encantará. Y no te hablo desde los 18 años...
He estado en París unas cinco o seis veces y siempre, cad una de ellas, he descubierto algo nuevo que me ha hecho recordar el asombro de mi primera vez...
Un abrazo, guapa, y gracias por tu visita y tu comentario.
Núria

Mª Pilar dijo...

Por lo que se ve, fué un viaje divertido y seguro que tus padres se enteraron, pero se harían los locos, como tantas veces nos hacemos ahora nosotros jaja.
Muy bonito el relato un beso

Pilar

Núria dijo...

Mª Pilar, estoy convencida de ello!
Ahora estamos en el "otro lado" y nos toca, a veces, hacerles creer que "nos la pegan"...jajaja...
Gracias por tu visita y tu comentario, guaetona!
Núria

Anónimo dijo...

hermnita no se que paso deje uncomentario pero no aparece te dejo un abrazoteee!!!!!!!!!!!

Núria dijo...

Negri, si lo pusiste igual que este, tiene que salir...Bueno, al menos he leído uno....jajaja...
Un besote!!

el mes baix dijo...

Vacances en Grup eh? París no?

suposo que nosaltres també hi anavem dins del set acompanyants...
tota una garantia..


Adivina...

Núria dijo...

Jordi......???????? Isidre.....?????

Siguis qui siguis, treu-me de dubtes, si us plau !!!!!

Ai, quin suspense......

el mes baix dijo...

Està bastant clar no?

No vas desencaminada... hi ha una pista bastant clara.

Rumia una mica que ho treuràs de seguida


Petons

Núria dijo...

Ja he rumiat, ja...i per la pista que em dius, que m'imagino quina es, el primer que m'ha vingut al cap, crec que ets tu....el Jordi.

Vingaaaaaa....descubreix-te ja!:)!!

el mes baix dijo...

P R E M I

HAS ENCERTAT

ara per les festes us trucarem i parlarem

Petons i segueix escri20

Núria dijo...

jajajaja....era fàcil, eh?
Bé, ara espero el premi!!
perfecte, ja ens parlarem per les festes...per cert, ja sou avis??? Si encara no, deu faltar ben poc, no?
Ens truquem! Petonets, el mes baix!

Núria

el mes baix dijo...

Per el febrer.
Es una nena i es dirà Laia.

Núria dijo...

Doncs feliçitats, quasi avi...!!
Petonets a l'avia!